miércoles, 25 de mayo de 2011

"NO QUIERO DAR PENA..."

NO SOLO PERDIO LA VISTA...
Imagen: foto de Danays
 
Apura un zumo de naranja, arquea las cejas y se encoge de hombros: no sabe si en su vida ha tenido más buena o mala suerte. «Fíjate que estoy aquí contigo, hablándote... Tan malo no ha sido». O sí.
 Danays Bautista vino al mundo en La Habana en 1973, la primera vez que nació. La segunda, a los cinco años, cuando recibió un disparo de la Policía y perdió la vista. La tercera, el 17 de mayo, en Madrid, cuando cayó a las vías del Metro, perdió un brazo y la posibilidad de hacer sonar la guitarra que le daba de comer.
 
Con el brazo que le queda y una sonrisa serena le echa un pulso a la vida, con la que mantiene una lucha práctica, pausada, realista, sin lágrimas, ni alharacas. En su cuerpo menudo hay una aleación entre la fuerza y la constancia de Hércules y el pragmatismo frío de un matemático. «No soy una superheroína, sólo una persona que tiene algunas cosas por solucionar».
 
-¿Qué pasó el 17 de mayo?
-La vida está hecha para las personas que van por ahí mirando. No es mi caso. Yo iba a la Puerta de Toledo a hacer unas gestiones y entré en la estación de Nueva Numancia (en Vallecas). Se ha dicho que yo cantaba en el Metro y no es cierto, solamente hay un vídeo que grabamos allí para un proyecto. Se han dicho muchas cosas... ¡Para contar historias ya están las telenovelas! Para un ciego es difícil el Metro, porque lo único que sabes es dónde termina el andén, pero no dónde está la puerta del vagón. Siempre vas estresado ahí dentro. Yo me guié, como siempre que no hay nadie que me eche un cable, por el sonido de la gente. Me junté a un grupo de personas que me parecieron aglomeradas y las seguí. Metí el bastón y de pronto estaba en el aire».
 
De lo que vino después no guarda un orden lógico: el golpe, los gritos, un pasajero que para el tren, la llegada del personal de emergencia... El convoy arrancó y pasó por encima de su brazo derecho. «Ese rato se hizo eterno». Luego llegó la revolución en los medios de comunicación y un mes en el hospital, con el cuerpo hecho trizas, un brazo reimplantado que no salió adelante y una guitarra huérfana.
 
«Vamos por partes». Lo primero es cuidar el cuerpo. Le siguen doliendo las lesiones internas: la herida del brazo, una pierna con edemas de la que sacaron vasos sanguíneos para el brazo, la escápula rota, las costillas, el omóplato destrozados... Le pasó un tren por encima, una de las situaciones que deben hacer a una persona darse «menos caña, ir un poco más lento». Para los fantasmas de la mente, Danays tiene sus propios trucos: «Ese día está en el inconsciente, aunque mi cabeza se ocupa ahora más del 'cómo va a ser' que del 'qué pasó'. No me interesa vivir en el drama ni tampoco negar un hecho obvio y hacer como si no hubiera sucedido».
 
No niega que su vida ha cambiado. De momento, la escoltan en la entrevista su madre Hilda y su hermana Damaris, también compositora, que llegaron a finales de mayo para ocuparse de ella en un viaje pagado por el Gobierno de Cuba. «Cuando sólo tienes una mano, la cosa cambia. Por ejemplo, la ropa: nada de lazos ni botones. Andar por la calle se complica bastante, porque el ciego utiliza las manos como si fueran sus ojos... Hacer algo tan sencillo como utilizar un billete del Metro es una odisea. Imagínate: deja el bastón, abre el bolso, busca el billete, palpa con la mano la ranura... Con ayuda de los amigos y del sentido común vamos tirando...», explica Danays, que no recuerda el día en que volvió a meterse en una estación «acompañada, de momento», y sin «mayores nervios». Rutina. «Otra cosa será cuando baje sola».
 
«Es jodido, pero es así»
La protagonista responde a las preguntas en una pequeña mesa de mármol del café Populart, el epicentro del jazz en la calle Huertas de Madrid, donde actúa hasta el día 22 junto a otros músicos cubanos, como un monumento a la supervivencia. Un par de horas antes del concierto, el bar está vacío y de fondo suena una armónica que está limpiando el camarero. En las paredes cuelgan una veintena de instrumentos envejecidos -saxos, trompetas, bajos, guitarras-. Danays ya no los puede tocar.
 
El que más le duele es la guitarra, que estudió en el Conservatorio de La Habana y que ha sido su vida y su sustento hasta hace dos meses. Ahora tiene que volver a empezar: «Hay que rehabituarse a muchas cosas, desarrollar nuevas habilidades».
 
Tiene en su contra la prisa por adaptarse y sobrevivir en la jungla de Madrid y el impío saldo de la cuenta del banco. A favor, la tecnología y la ayuda de los amigos. Ahora se mueve con un teclado y un portátil 'netbook'. Prepara además un equipo informático adaptado con 'software' para seguir componiendo. «Tiene muchas posibilidades, porque es como tener a varios músicos a tu disposición; pero yo estudié guitarra, no piano».
 
En su casa, ensaya con una melódica (un teclado de una mano que se hace sonar soplando) para desarrollar la digitación y encontrar la manera de pulsar y crear los acordes con sólo cinco dedos. «Tardará bastante».
 
Lo cuenta con la naturalidad del que repasa su tarea semanal en la oficina. Si se echa un ojo a su biografía, tiene cierto hábito de reinventarse, reflejos para partir desde cero de cuando en cuando.
 
 La primera vez, tenía sólo cinco años. Estaba en la puerta de su casa en Guanabacoa (La Habana) -la cuna de genios musicales como Néstor Lecuona o Rita Montaner-, cuando una bala perdida de un policía la dejó ciega. «Ya ves, otros se tiran desde un puente colgados de una cuerda y no les pasa nada...».
 
Desde entonces, no ve, aunque «cuando eres niño te afectan menos las cosas».
De vez en cuando le pasan por la cabeza colores o un paisaje, «de manera espontánea, sin un porqué», aunque «las imágenes se van borrando poco a poco y las caras se desdibujan. Es jodido, pero es así».
 
La segunda vuelta a empezar llegó en 2008. Danays llegaba a España por la invitación de un músico y decidía reanudar una nueva vida en Madrid «por el reto de salir a explorar, de dejar el nido». Y se quedó. En esta ciudad, que siente como «simpática y acogedora», encontró a María Victoria, su pareja, que ya conocía en Cuba, y consiguió hacerse un hueco en los círculos musicales, no sin trabajo.
 
Ahora ha vuelto a la casilla de salida y sobrevive gracias a la ayuda de los amigos, a los que quiere agradecer todo lo que han hecho por ella. Está sorprendida por las muestras de cariño que ha recibido de gentes de toda España y consciente de «lo difícil que resulta gestionar la sensibilidad. La gente se compadece, y yo no quiero dar pena. Si eres discapacitado, o te tienen demasiada estima porque eres un gran músico, una persona muy fuerte, muy inteligente, lo que es erróneo, o te toman como una persona anulada».
 
Va a comenzar el concierto en Populart. El bar se ha llenado de un gentío ruidoso y llegan los músicos con una tormenta de besos y abrazos. A Danays le quedan un par de mensajes por lanzar entre el barullo: «Quiero pedir que solucionen la seguridad en el Metro. Que pongan mamparas o trenes sin espacio entre vagones y quiero pedir a la gente que no dude en ofrecer su ayuda a los discapacitados, que no se corten. Y dar las gracias a todos los que se han preocupado por mí». Queda tiempo para una última pregunta.
 
-Si hubiera una supuesta inteligencia superior que ha regido su destino, ¿qué le diría?
-Que quisiera saber para qué he tenido que aprender todo esto.
 

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