martes, 4 de marzo de 2014

UNA HISTORIA CON MIOPIA Y DEGENERACION MACULAR...

La miopía la obligó desde pequeña a Ana Ruiz González a llevar gafas y a luchar contra sus complejos. Hoy día sufre degeneración macular y trabaja como vendedora de la ONCE

                      Imagen: foto de Ana 

Solo aquellos niños que han sido víctimas de la crueldad de otros niños saben que hay heridas en la autoestima que tardan en cicatrizar toda una vida.
Ana Ruiz es la más pequeña de una familia numerosa, vecina de Lepanto desde que nació. Sus ojos claros y su voz juvenil hacen que sea fácil imaginarla de niña, cuando sus gafas culo de vaso eran motivo de risas y de bromas pesadas entre sus compañeras de clase y otros niños de su edad. "Me detectaron la miopía con diez años, cuando en clase vieron que me acercaba demasiado al papel para escribir, tenía 22 dioptrías, y eso significaba llevar gafas gordas", recuerda. Creció entre las sombras que veía cuando se quitaba las gafas y el sufrimiento que le acarreaba llevarlas, así que fue feliz el día en el que su hermano le regaló sus primeras lentillas. "Tenía 15 años y me pareció un sueño hecho realidad". Ese mismo año conoció al que, tras terminar sus estudios de administrativa, se convirtió en su marido."Me casé con 22 años, con 23 nació mi hijo y con 26 mi hija, las dos personas más importantes de mi vida", afirma emocionada. Los embarazos pasaron factura a sus ojos. "A los 17 años había sufrido un desprendimiento de retina y ya embarazada, sucesivas hemorragias internas que me hicieron perder mucha visión y me obligaron a pasar por el quirófano". A los 30 años, tuvo que volver a colocarse las gafas porque las lentillas le fueron prohibidas. Sufría degeneración macular. "Recuerdo haber salido con una lentilla, o sin ellas, porque me daba vergüenza ir con gafas, pero no veía nada, solo moscas volantes . Eso me hacía sentir muy insegura, pero lo prefería a llevar los culos de vaso", confiesa con los ojos empañados.
En el año 2000, su matrimonio empezó a hacer aguas y en el 2002 se divorció, quedándose al cargo de sus dos hijos de 14 y 17 años, en un piso de alquiler, y como único ingreso una pensión no contributiva. "El era autónomo, su negocio se fue al traste y todo se complicó hasta que afectó a la relación de pareja". Aunque recalca que su familia siempre la ha ayudado, en especial su madre, que falleció hace cuatro años, se vio atrapada en un pozo del que empezó a salir tras acudir a una asociación de mujeres. "Me recomendaron que buscara trabajo y que llamara a todas las puertas posibles sin desfallecer. Y eso hice". Buscó sin éxito su oportunidad laboral hasta que su hermana la animó a acudir a la ONCE. "Lo primero que tuve que asimilar es que me gustara o no, era una persona discapacitada", explica. El reconocimiento médico puso de relieve en qué grado, el 65%. A pesar de la desesperación, su timidez la hizo vacilar ante la idea de vender cupones. "Yo no valgo para eso", se repetía. "Hasta que la directora de la ONCE, que me trató con mucho cariño, me ofreció probar tres meses y decidí intentarlo. El primer día, un 28 de junio, mi hija me acompañó". Los inicios fueron duros. "Sustituía las vacaciones de los compañeros en quioscos o en la calle y me costaba muchísimo, pero tenía que hacerlo, necesitaba el sueldo, no podía rendirme, por mis hijos y mi familia".
Dos años después le detectaron cataratas y volvió a ser operada para implantarle una lente en lugar del cristalino y al año, sufrió una atrofia en la retina.
A día de hoy, ve la realidad deformada, como si mirara a través de un espejo de feria, y regenta el quiosco de la ONCE del centro comercial La Sierra. Tres autobuses de ida y otros tres de vuelta. "Ya he repartido muchos premios de rasca y la verdad es que es muy bonito hacer feliz a la gente, me encantaría repartir un premio especial".
FUENTE: http://www.diariocordoba.com/noticias/cordobalocal/no-apague-luz_861141.html

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