lunes, 26 de octubre de 2015

MI CEGUERA NO ME CONDENA...

La reflexión en primera persona de una estudiante de la carrera de Operador de Psicología Social nos ayuda a pensar en la inclusión y la exclusión de la sociedad en torno a la discapacidad.

Me pareció oportuno aceptar esta invitación para aportar algo más a la sociedad sobre la comunidad a la cual pertenezco y que intenta insertarse en la sociedad de Corrientes, como así también a nivel mundial. Pero quisiera que juntos pensemos. Cada día nos sorprendemos de algún suceso, aplaudimos, admiramos a otro semejante, pero me pregunto: somos personas iguales y diferentes a la vez, entonces  ¿por qué reacciona el hombre frente a lo distinto? ¿Por qué se anima el ser humano a admirar lo diferente en la naturaleza y no reacciona igual cuando se trata de otro ser humano? ¿Qué es lo que hace que una persona se conmueva ante la vista de un árbol torcido, o caído, o una flor exótica, y sienta rechazo por un par que es diferente?

Reclusión vs inclusión

Esta es la razón por la cual muchos de nosotros no podemos crecer como persona; sigue siendo un tema poco abordado socialmente porque es mejor la reclusión que la inclusión. Tradicionalmente ignorada y apartada de la sociedad, a la discapacidad se ha conceptualizado negativamente, en gran medida, debido a la ignorancia, los prejuicios y a una serie de factores culturales que han ido levantando barreras invisibles difíciles de superar. Este rechazo ha generado síndromes de dependencia, complejos de inferioridad, sentimientos de resignación, aislamiento y exclusión dentro de esta comunidad, agravando el problema y restando recursos para que las personas con discapacidad puedan reivindicar sus derechos.


No obstante creo que existen todavía cierto número importante de personas con diferentes capacidades o mal llamadas minusválidas, así denominadas son a menudo discapacitadas no por una condición de diagnóstico sino porque se les restringe el acceso a la educación, los mercados laborales y los servicios públicos.

Esta exclusión conduce a la pobreza y, como en un círculo vicioso, la pobreza conduce a más discapacidad, porque aumenta la vulnerabilidad de las personas a la desnutrición, la vivienda indigna y las condiciones de trabajo.

El poder de la palabra

Los términos con los que habitualmente se les nombra, los califican como un todo, como si no fueran capaces de hacer nada en la vida más que vegetar y ser cuidados e híper protegidos. Sin embargo ¡son personas con capacidades, forman parte de la diversidad social y lo único que necesitan es que no les pongan obstáculos y que les faciliten las oportunidades y las herramientas  para poder demostrar su valía y sus capacidades!
Las discapacidades actuales son prevenibles: accidentes, desnutrición, violencia, etc. No es bueno elevar sobre un pedestal a aquellas personas con discapacidad que han tenido éxito como si fueran súper héroes. Esto puede distorsionar la figura de la discapacidad en general, pues se puede entender que todos los miembros de esta comunidad pueden llegar a niveles profesionales o de éxito similares, cuando esto no es real. La superación de las múltiples barreras que impone la discapacidad y la sociedad requiere de circunstancias personales, culturales, educacionales y afectivas muy específicas que no todo el mundo está en condiciones de tener. Eso sí, hay que centrarse en la persona y no en su discapacidad.



Desde la  fe creo que Dios nos hizo  únicos e irrepetibles. Por qué nos cuesta tanto, entonces, enriquecernos en la diferencia, y completarnos con el “otro”, pero en el desinterés elegimos por concentrar la atención en las superficialidades en lugar de valorar la singularidad de los otros. Desde mi experiencia personal puedo afirmar que los cambios fueron necesarios para llevar  una vida plena, autónoma y feliz como la de los demás, mis pilares fueron (deben ser para todos) una buena rehabilitación y un entorno familiar afectivo (no sobreprotección). Creo firmemente que todos (cualesquiera sean nuestras capacidades) contamos con una fuerza interior que nos permite afrontar los obstáculos y seguir adelante con esperanza y coraje. Es importante destacar que necesitamos de ayuda.

Un ciego
No sé cuál es la cara que me mira
cuando miro la cara del espejo;
no sé qué anciano acecha en su reflejo
con silenciosa y ya cansada ira.
Lento en mi sombra, con la mano exploro
mis invisibles rasgos. Un destello
me alcanza. He vislumbrado tu cabello
que es de ceniza o es aún de oro.
Repito que he perdido solamente
la vana superficie de las cosas.
El consuelo es de Milton y es valiente
Pero pienso en las letras y en las rosas.
Pienso que si pudiera ver mi cara
sabría quién soy en esta tarde rara.

(Jorge Luis Borges)




*Marcela  Alejandra Balmaceda es estudiante de Operador de Psicología Social y vive con una discapacidad visual.
http://www.ellitoral.com.ar/377133/Mi-ceguera-no-me-condena

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