martes, 20 de julio de 2010

"SI LA OBRA ES DE UN CIEGO, NO IMPORTA; ES UNA PERSONA"

La historia de vida de un fotografo invidente
Imagen: Evgen Bavcar durante la entrevista, Foto Cristina Rodríguez

Merry MacMasters

En su actual visita a México, el fotógrafo invidente, filósofo, académico y escritor Evgen Bavcar (Eslovenia, 1946) porta sobre su saco su acostumbrado espejillo, “una repuesta silenciosa” a la pregunta inevitable de su interlocutor, ¿cómo me ves?, que él no puede contestar. También porta una pequeña placa con el número P198212003-I impreso con escritura normal y en Braille.

Se trata del número de folio del proceso de seis años llevado en su contra por su grupo de cineastas en su país natal por su negativa a cooperar en un proyecto fílmico. Bavcar, quien salió triunfante, expresa: “No podía cooperar porque no me han leído nada, no me han transcrito nada en Braille; querían imponerme un escenario. Hubo una campaña de intelectuales en todo el mundo en contra de ese proceso. También firmó mi amigo Milan Kundera, así como el mexicano Benjamín Mayer Foulkes”.

Ahora, Bavcar llegó a México para recibir un doctorado honoris causa por parte de 17, Instituto de Estudios Críticos, que dirige Mayer Foulkes, como parte del Coloquio Internacional La mirada invisible, en el cual participó con dos ponencias.

Niño esloveno con barba gris
Imagen e imaginar son palabras que se repiten una y otra vez en la entrevista realizada en el Centro de la Imagen, donde Bavcar expuso de forma individual en 1999. Pero, ¿cómo se imagina a sí mismo? Con sombrero negro y bufanda roja, contesta: “Me imagino ahorita con una barba un poco gris. Como dice un amigo escritor: un niño esloveno con barba gris. Me imagino mucho más viejo que este niño que podía ver hacia un espejo. Me imagino a mi manera, busco imaginarme también por medio de los demás”.

Bavcar perdió la vista de jovencito. A los 11 años, la rama de un árbol lo dejó sin un ojo, mientras una explosión le arrebató la vista por completo. A los 16 tomó su primera fotografía. Ahora utiliza tanto la fotografía análoga como la digital. De alguna manera encarna la lucha de un sector de la sociedad: “Sí, quiero tener en cuenta a las personas que están en la misma situación, pero también ver de manera diferente todos los problemas de la imagen, de la percepción de la obra de arte y de la ceguera”.

–¿Cómo debemos ver su obra y la de otros fotógrafos invidentes?
Sobre todo habría que mirar el trabajo como las obras de personas. No importa si uno es ciego, sino que es una persona. Ser invidente es una particularidad. Todo mundo vive la ceguera a su manera. Aceptar la diferencia en otros es aceptarla en sí mismo. Quisiera que se mirara de nuevo sobre los ciegos como lo hacían los griegos antiguos, como miraba Antígona.

–¿Los ciegos han avanzado en su reconocimiento como personas útiles a la sociedad?

Muy útiles. Debo decir una cosa. Para ser igual a los otros en el sistema del mundo moderno hay que hacer más que los otros. Recuerdo que un profesor de filosofía de Italia dijo: “¿quieres ser igual a tus colegas profesores?, debes ser siempre mejor que ellos”. Esa es una gran injusticia.

–En la actualidad, ¿qué busca proyectar en sus fotos?
Reflejar un pensamiento diferente, porque hallé cierto camino con la fotografía, pensar los sentimientos que son actuales para mí en este momento, pensar diferente la belleza, pensar mi tiempo y robar un poco de tiempo al tiempo, que es el destino de la fotografía.

–¿Trabaja en su estudio?
Sobre todo trabajo en la oscuridad: apago la luz. También trabajo afuera, pero en este mundo moderno hay demasiada luz en todos los lugares. Necesitamos un poco de tinieblas.

Respecto de sus proyectos actuales, trabaja en una serie sobre las mariposas, otra de las fotografías en infrarrojo de los paisajes de Eslovenia que vio de niño, así como fotos para hacer un museo de la luz en su casa, en su país natal, aunque reside en París. Otro proyecto consiste en un museo arqueológico en Nápoles, porque “soy un enamorado de las estatuas griegas, sobre todo las Afroditas.

“Me acuerdo que la primera vez que vi una Afrodita de piedra; tenía una boca tan bonita que le he dado un beso a la estatua. Mi compañera me dijo, ‘pero tú estás loco’. Contesté que si en Roma los peregrinos abrazan los pies de los santos, tengo derecho de abrazar mi estatua griega preferida. Que esa forma, que ha atravesado siglos, me ha emocionado tanto que la abrazo.”

También está por terminar un libro sobre la historia de un fusil, contada a lo largo de dos guerras, “mediante la experiencia de mi pueblo, de la mía propia y de otros ciegos, como un objeto mágico”. También ha empezado a escribir otro libro, la historia del acordeón: “Estudié el instrumento 12 años en la escuela, pero no lo toco mucho porque no quiero ver esa imagen de un ciego que es músico. Prefiero que a los ciegos se les den otras cosas, como las visuales, no sólo la música. Es como dar agua a los peces”.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/
 

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