viernes, 15 de octubre de 2010

AL PRINCIPIO NO ME ATREVIA A SALIR A LA CALLE...

Una afección en el nervio óptico le llevó a perder la vista hace cuatro años. Enrique Cobo, que trabajaba como veterinario de la administración regional, se vio obligado a comenzar una nueva vida, que ahora, después de unos primeros momentos traumáticos, poco a poco va llenando con pequeñas victorias sobre la oscuridad.
Imagen: Enrique Cobo camina agarrado del brazo del técnico de rehabilitación de la ONCE Juan Carlos Rojo Carreño

Ahora se desenvuelve solo por las calles de la ciudad, ayudado únicamente por su bastón, lee, utiliza el ordenador o manda correos electrónicos, ayudados por las nuevas tecnologías informáticas, utiliza el transporte público, y en estos momentos intenta convencer a su técnico de rehabilitación de que le enseñe a cocinar. «Es que quiero hacerme un huevo frito», bromea Enrique, que después de unos duros momentos iniciales ha recuperado su buen humor.


Enrique Cobo, como la gran mayoría de los ciegos actuales, conserva un pequeño resto visual, que, a veces le ayuda. «Yo digo siempre que es como estar metido en un puré guisantes, y, luego, hay tropezones que sois vosotros. Veo, bueno, percibo una sombras, pero me ayuda bastante, aunque sin el bastón no podrían moverme. Me pegaría muchos golpes. Aun así, me pego bastantes», explica.

El último de estos accidentes le ocurrió precisamente por esos obstáculos que para la gran mayoría de los ciudadanos pueden pasar prácticamente desapercibidos, pero que para los ciegos suponen un grave problema. «La culpa fue de un cartel que pusieron al lado de una fachada. Y como me separé mucho, porque tenía miedo a golpearme, me acerqué demasiado al bordillo y tuve un esguince. Son cosas que ocurren y hay que tener filosofía», señala Enrique, quien, a pesar de las reticencias iniciales a usarlo, ve en el bastón a su mejor aliado para seguir luchando por recuperar su vida. «Gracias al bastón, con mis lógicas limitaciones, puedo tener una cierta autonomía. Al principio, ni siquiera salía de mi casa. Luego, me decidí a salir a por el pan, después al café, y así poco a poco. Es un proceso de adaptación», señala.

Pero el paso hasta que una persona que acaba de perder la vista decide a salir a la calle con el bastón no se da de la noche a la mañana. En la mayoría de los casos resulta una experiencia traumática y son necesarias muchas horas de trabajo en el domicilio o en las instalaciones de la ONCE antes de que se venzan esas reticencias a salir a la calle ayudado por un bastón. «Sientes incluso vergüenza. Te da una vergüenza muy grande que te vean con el bastón. Aunque bueno, a mí me ha servido para que muchos conocidos con los que me encuentro por la calle no se enfaden cuando paso a su lado y no los saludo», relata entre bromas Enrique, mientras explica que una de las primeras funciones del bastón es identificar ante los demás a la persona que está ciega.

Enrique explica que la mayor dificultad a la hora de desplazarse por la ciudad son los obstáculos que aparecen en las aceras de improviso, aquellos que no se conocen, puesto que, al igual que la mayoría de los ciegos, tiene grabado en la mente los recorridos que realiza de forma habitual, conociéndose al dedillo donde se encuentran los diversos obstáculos, como pasos de cebra, alcorques, bancos, papelera, farolas o señales. «El problema es cuando te ponen algo en el camino sin avisar, el cartel de un bar o de una tienda, las mesas de una terraza, una obra o las simples baldosas que están sueltas y sobresalen, porque te das con el bastón en el estómago. Tuve una época que tenía toda la barriga llena de cardenales», indica.

Respeto a lo desconocido
Otro de los miedos que ha logrado superar es la aventura de recorrer una zona de la ciudad a la que no está habituado. «Más que miedo, da respeto, pero a veces hay que hacerlo. Afortunadamente, la gente de aquí es de buena masa, como decía Santa Teresa, y muchas veces te ayudan. Tú preguntas y siempre hay alguien que te orienta, e incluso a veces hasta te llevan. Hay buena gente, pero uno quiere tener su autonomía personal y valerse por uno mismo», explica.

Uno de los nuevos enemigos que han surgido para los ciegos palentinos han sido las obras del Plan E, que han levantado las aceras de numerosos puntos de la ciudad. «Menos mal que siempre hay algún amigo o algún familiar que te dice las zonas que están en obras, y, entonces, no queda más remedio que cambiar el recorrido habitual por otro itinerario. Pero bueno, tampoco es tanto el problema, no estoy incomunicado y conozco la ciudad. Otra cosa sería, por ejemplo, que me soltasen en Madrid, que estaría totalmente perdido, pero aquí en Palencia más o menos me oriento», señala Enrique.
 
Fuente:http://www.nortecastilla.es/

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