martes, 15 de enero de 2013

EL HOMBRE QUE PELEA CONTRA LA CEGUERA. UN EJEMPLO!!!

Hay segundos cruciales en la vida de Adolfo Güemes, aquellos en los que se abstrae del resto del universo. No escucha nada a su alrededor y cada célula de su cuerpo se concentra para lograr que en un espacio milimétrico pueda aparecer la luz. Güemes es un cirujano argentino, destacado a nivel mundial, especializado en estrabismo y oftalmología pediátrica. Desde algo más que una década, anualmente, viaja a destinos remotos para cambiar la vida de desconocidos y lo hace como uno de los médicos convocados por Orbis, organización norteamericana sin fines de lucro que opera de modo gratuito y enseña a los cirujanos locales en destinos carenciados del planeta. Su mérito no es sólo internacional, ya que también ad honórem este profesional recorre nuestro país de la mano de la Fundación Médica de Salud Visual y Rehabilitación (Fusavi). (Conocé más leyendo También en nuestro país).

Orbis lo eligió –un reconocimiento que no se traduce en términos económicos– para emprender misiones junto con los mejores especialistas de los Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia. El objetivo de estos viajes es participar de programas de atención y educación oftalmológica. También suele colaborar en estas misiones el argentino Martín Devoto. Güemes ya ha prestado sus servicios en China, la India, Perú, Cuba, Tanzania y Malasia.

Su último destino, en agosto pasado, fue El Salvador, donde llegó a realizar hasta 8 operaciones diarias. Allí se dedicó al caso de dos hermanitos de 5 y 7 años, Samuel y Esther García, quienes padecían cataratas congénitas y tenían graves problemas de visión. “Es gratificante saber que recobraron una herramienta clave para su vida. Podrán ir a la escuela, leer, tener una educación. En este tipo de casos, la vida de una familia entera cambia para siempre”, explica.

A este hombre de la ciencia le cuesta transmitir con palabras esos momentos que conmueven hasta al hombre más recio. Fue testigo en muchísimas ocasiones de esos instantes mágicos en los que luego de haber operado a sus pequeños pacientes les quita las vendas y pueden ver por primera vez. Él presencia esos instantes únicos en sus vidas, cuando se maravillan con la luz y se sorprenden con esa mirada adánica ante los rostros de sus padres, a quienes previamente sólo conocían por sus caricias y su voz. “Es muy difícil explicarlo. Cada reacción es única. Algunos ríen, otros no comprenden esas imágenes y se largan a llorar”.

Una de las historias que más lo conmovieron es la de un niño chino, en la ciudad de Taiyuan, cuya foto atesora en su consultorio porteño. El pequeño padecía cataratas congénitas y no podía ver ni el más mínimo haz de luz: “Antes de la operación, el padre me seguía donde fuera, era muy demandante y no nos podíamos comunicar por el idioma. Fue un éxito y su hijo logró ver. Creo que nadie me ha agradecido tanto en la vida”, recuerda.

Padre de cuatro hijos, Güemes deja de lado sus emociones para poder tratar con pequeños en el quirófano: “Desde que soy papá vivo las cosas de modo distinto, pero no puedo conectarme con lo que están viviendo los chicos o sus familiares. No nací así, me hice de este modo a mí mismo para poder resolver problemas y ayudar a la gente”, resume.

Argumenta que su pasión es la oftalmología pediátrica porque aquí se encuentra el momento crucial para proporcionar a futuros adultos una vida más digna, a través de operaciones que tienen un alto índice de eficacia: “Es fundamental que quien nació con un problema en su vista sea operado durante sus primeros meses, de lo contrario puede quedar ciego para siempre. Hay casos irreversibles en los que la medicina debe intervenir precozmente porque la visión se desarrolla hasta los 8 años”, explica.

Un consultorio errante

Se hizo la luz. En El Salvador, con los hermanitos García y su mamá. Los chicos padecían cataratas congénitas. Ahora, podrán ir a la escuela y hacerse un mejor futuro.
Se hizo la luz. En El Salvador, con los hermanitos García y su mamá. Los chicos padecían cataratas congénitas. Ahora, podrán ir a la escuela y hacerse un mejor futuro.

Este médico de 46 años es bisnieto del Dr. Luis Güemes, cuya estatua custodia la plaza frente al Hospital de Clínicas. Adolfo es el único de 9 hermanos que siguió esta profesión. Su padre, abogado, era amigo de algunos oftalmólogos prestigiosos del país, como los doctores Malbrán y Dodds, y desde pequeño Adolfo se interesó por esta especialidad.

Egresado de la Universidad de Buenos Aires, realizó prácticas de medicina clínica y partió a los Estados Unidos para realizar su especialización. Estudió en la prestigiosa Universidad de Cleveland, allí donde se formó René Favaloro y donde este célebre argentino realizó sus primeros bypass. “A mí me gusta mover las manos. Cuando tuve que elegir entre la clínica y la tarea quirúrgica, no lo dudé ni un instante”, comparte.

Hoy Güemes es un especialista internacional en oftalmología pediátrica y en el estrabismo (una desviación en los ojos) que padecen los niños desde su nacimiento o afecta a adultos luego de haber sufrido accidentes cerebro vasculares, problemas de tiroides, tumores o traumatismos.

En 2001 viajó por primera vez a China para debutar en su misión con Orbis. Lo esperaba el Flying Eye Hospital, un avión confeccionado y equipado como quirófano y como sala de conferencias. Allí, los médicos invitados para integrar el programa dictan clases teóricas a los especialistas del lugar y también transmiten su conocimiento, mientras una cámara registra la operación que realizan en vivo y se transmite en pantalla gigante a los presentes. “Es complejo hablar mientras estás operando. Pero me fui acostumbrando. Lo difícil es hacerlo cuando hay un traductor a tu lado. Hay momentos en los que no lo puedo hacer y para no desconcentrarme pido silencio”, admite.

En Perú, Güemes prestó sus servicios en Huarco, una ciudad que cuenta con apenas 2 oftalmólogos para 150.000 habitantes. Generalmente, estas misiones duran una semana y los médicos invitados realizan varias operaciones diarias, además de las conferencias que dictan.

El Flying Eye Hospital tiene un equipo de alrededor 60 personas, entre la tripulación, las enfermeras, los anestesistas y los médicos. Cuenta con tecnología de punta (un microscopio puede costar en promedio 200.000 dólares y un láser, 650.000). En ciertos destinos, los médicos invitados llevan incluso desde sus propios consultorios, cuando el déficit de salud es profundo, su propio instrumental. (Leé también Solidaridad de alto vuelo).

En ocasiones, el avión aterriza en el aeropuerto y es allí donde ocurren todas las actividades y adonde se trasladan los pacientes. Por ejemplo, en 2006, Güemes viajó a Madrás (India), aún devastada por el paso de un cruel tsunami. En otras misiones, en sitios de difícil acceso, los médicos de Orbis también se acercan a hospitales y edificios sanitarios para prestar sus servicios a los habitantes que no tienen medios de transporte adecuados.

Un avión hospital. En Tanzania. Detrás, el Flying Eye Hospital, que cuenta con 48 asientos y un quirófano de alta complejidad,
Un avión hospital. En Tanzania. Detrás, el Flying Eye Hospital, que cuenta con 48 asientos y un quirófano de alta complejidad,

Los oftalmólogos se sorprenden con las historias que conocen. Historias de sufrimiento y de resignación que luego sirven de inspiración para seguir adelante. Esto es lo que le había ocurrido, por ejemplo, a la niña china Zhou Shiyan, de la provincia de Guangxi, quien trabajaba con sus padres en la plantación de la caña de azúcar. A causa de un pequeño accidente casero, la pequeña comenzó a perder paulatinamente la visión en un ojo y no les quiso decirles a sus padres porque sabía que no podrían pagar su tratamiento. Ellos advirtieron que algo ocurría con Zhou, quien además acarreaba una dolorosa infección. Al poco tiempo, una misión de Orbis la diagnosticó. Los médicos no pudieron explicar cómo alguien tan pequeño era capaz de tolerar tanto dolor. La operación fue un éxito y la niña pudo recuperar su vista y su alegría. Es que la vida de una persona puede cambiar para siempre en sólo cuestión de minutos. Una cirugía compleja dura entre 30 y 45 minutos (para corregir la miopía se demora apenas 3 minutos; para corregir cataratas, sólo 10 minutos). “Son cirugías cortas y muy precisas. Uno no puede equivocarse ni por un milímetro y toda mi atención y mi cabeza están depositados allí”, cuenta y admite que muchas noches previas a una operación suele soñar con el caso que deberá resolver por la mañana siguiente.

Güemes, quien padecía de miopía, se operó hace casi una década. “A mí me cambió muchísimo la calidad de vida. Imaginate para un chiquito que tiene todo por delante. La expectativa de vida de alguien que nace ciego es enorme y me interesa mucho pensar que al recuperar la vista lograrán ser independientes para siempre”, reflexiona.

Publicado en la edición impresa de La Nación Revista el domingo 23 de diciembre de 2012. Autora: Laura Ventura

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