Como
muchas otras cosas extraordinarias que tenemos a nuestro alcance de forma
habitual, no siempre sabemos valorar lo que nos aporta la visión: su papel como
ventana al mundo y su potente conexión con nuestros pensamientos y sentimientos
más íntimos. Solo cuando la perdemos o corremos el riesgo de hacerlo es cuando
apreciamos su importancia en nuestras vidas.
En el IMO
vivimos a diario historias de personas que nos recuerdan el papel de la visión.
Por eso nos esforzamos al máximo por mejorar la salud visual de todos los que
se acercan a nosotros y por eso también, en días como el Día Mundial de la
Visión, queremos compartir algunas de las historias de nuestros pacientes. Su
testimonio nos incentiva a seguir trabajando para mejorar la salud ocular de
cada vez más personas, en especial a las que tienen dificultades especiales
para ver. A ellas nos dirigimos a través de la Fundación IMO,
con proyectos de investigación que nos acercan un poco más a la cura de
patologías aún sin tratamiento, y de iniciativas de acción social como el
programa Operación
Visión, que ofrece oportunidades y atención oftalmológica a personas
sin recursos. Porque el Día Mundial de la Visión debe ser un motivo de
celebración para todos.
Pequeños
testimonios para que no olvidemos lo grande que es ver:
“Cuando
volví a ver bien, me comí el mundo”, explica la riojana Blanca Blanco, quien tras ser operada de
agujero macular se redescubrió “con una perspectiva renovada”. Lejos de
truncarse ante las dificultades, esta actitud constructiva se reforzó cuando al
cabo de un tiempo padeció un desprendimiento de retina. Según nos confiesa,
“gracias a lo vivido, he aprendido a valorar lo importante que es la salud”.
Montse Copons coincide con Blanca en
que “la experiencia previa y posterior a la pérdida de visión marca y no se
olvida”. Tanto es así, que en su caso la llevó a descubrir su vocación por la
enfermería, “para ayudar a otras personas a sobreponerse a las dificultades
como hicieron conmigo de niña, después de que tuviera que someterme a un
trasplante de córnea a los 9 años”.
Montse
Copons, recibió un trasplante de córnea a los 9 años de edad. La experiencia le
sirvió para descubrir su vocación de enfermera “y ayudar a los demás”.
A esa
edad, Montse reconoce que no fue sencillo tomar conciencia de que “desde los 3
años y hasta la intervención, cada vez veía menos”. Y esa oscuridad creciente
fue, precisamente, lo que reforzó su voluntad de seguir adelante y volver a
ver. Un afán compartido por Lucía Garza, paciente pediátrica con
catarata y lesión retiniana congénita cuya mayor ilusión desde que llegó de
China era tener un lápiz y un cuaderno entre sus manos para leer y escribir.
Hoy, tras
una exitosa cirugía dentro del programa Operación Visión impulsado por la
Fundación IMO, Lucía se encuentra más cerca de ese anhelo. Como explica su
madre, Ana, “la mejoría de nuestra hija fue un verdadero milagro para
nosotros”, sobre todo, teniendo en cuenta que “antes no nos habían dado ninguna
expectativa dado la complejidad del caso”.
Algo
similar le ocurrió a Fernando Baviera, quien prácticamente había
desistido de hallar solución a su problema, un déficit visual severo desde la
infancia, cuando acudió al IMO. En el Instituto, el escepticismo del “probar no
cuesta nada” se convirtió en la certeza de estar en buenas manos, una sensación
de seguridad que también destaca Sulaiman Ahmad. Este padre de familia
kuwaití, después de visitar varios doctores en el Reino Unido, viajó desde
Kuwait hasta Barcelona para encontrar respuesta a los problemas de retina de su
hija, Reem. Ahora, la pequeña “hace una vida normal, igual que sus compañeras,
y yo, como padre, me siento muy feliz”, celebra Sulaiman.
Sulaiman
Ahmad, de Kuwait, tras la operación de retina de su hija Reem: “Soy un padre
muy, muy feliz”.
En estas
circunstancias, donde hay en juego mucho más que la visión, la confianza en la
posibilidad de mejora es fundamental. Como explica Elisabeth Barrios, con retinopatía
diabética avanzada, “yo deposité toda mi confianza en el IMO y me la
devolvieron con creces, al hacer realidad mi sueño: ver de nuevo a mi niña, lo
que más quiero”.
Satisfacción
y a la vez asombro son las sensaciones al salir de la ceguera y contemplar un
mundo que no se ha detenido a lo largo de ese tiempo. Karla
Rúgel, aún adolescente cuando sufrió una agresión con ácido que le
nubló por completo ambos ojos, nos cuenta que “lo que más me impresionó fue ver
cómo habían cambiado mis amigos y mi hermano. También me sorprendió darme
cuenta de que, al percibir los colores otra vez, después de 6 años, me había
olvidado, por ejemplo, del fucsia o el beige”.
Cuestiones
tan cotidianas y aparentemente sencillas, como distinguir si el plato está
lleno o vacío, o coger el vaso para beber agua, pueden convertirse en grandes
obstáculos a causa de una limitación visual. Así lo explican las hermanas de Matilde Andreu, paciente con Síndrome de
Down y catarata muy desarrollada que “al no ver, se fue encerrando en sí misma,
a pesar de que necesitaba cada vez más ayuda”.
“Desde
que se operó, Matilde se muestra más segura en sí misma y está más abierta a
todo lo que le rodea”. Así expresan las hermanas de Matilde Andreu el cambio
que se produjo en ella tras la operación de cataratas.
A
Matilde, recobrar visión le permitió recuperar su calidad de vida y su relación
con el entorno, un cambio que también experimentó María Peinador, con catarata congénita y
glaucoma infantil. A los 2 años y medio fue intervenida en el IMO gracias a
Operación Visión y, desde entonces, “se mueve con más libertad e, incluso, está
de mejor humor: ríe, corre, juega… Aunque un día se cayó y se puso a llorar,
fue muy gratificante ver cómo se atrevió a subir a un sitio al que antes ni
siquiera se habría acercado”, comenta Virginia, su madre.
La
pequeña e inquieta María está descubriendo un horizonte de oportunidades que
antes permanecía oculto para ella, igual que Daniel, a quien se detectó un grado de
visión del 30% en las exploraciones gratuitas de la Fundación IMO en el Salón
de la Infancia. Ahora, con la corrección óptica adecuada, “lo observa todo con
gran detención, con la curiosidad propia de los niños”.
A Daniel
se le diagnosticaron problemas de visión a la edad de 3 años. Gracias a un
diagnóstico tan precoz, se pudieron poner en marcha las medidas necesarias para
que Daniel recuperara el máximo grado de visión posible.
Por su
parte, nuestra paciente más longeva, Olga Aguilar afronta la vejez con la
serenidad que aporta la experiencia sin renunciar a su carácter optimista y
jovial. Cuando fue diagnosticada de DMAE hace ya una década, hizo firmar a su
oftalmólogo del IMO un papel que recogiera por escrito lo que le había
asegurado de palabra: “usted no perderá nunca la visión por completo”; impulso
con el que mantiene una vida activa a sus más de 100 años.
Del mismo
modo que Olga, Miquel Carbonell ha aprendido a
convivir con su patología, en este caso glaucoma, ahora estable, alimentando
otros intereses. “Quizás no puedo jugar al tenis, pero sí hacer muchas otras
cosas”; una forma de aceptar la realidad y de adaptarse a ella que, lejos del
conformismo, dota a nuestros pacientes de una gran determinación.
Miquel
Carbonell afirma que, tras la operación, su calidad de vida mejoró
considerablemente.
Determinación
que motivó a la madre del joven canario, Oliveiro Estupiñán, a mover cielo y tierra
durante 2 años para conseguir el trasplante de córnea que necesitaba su hijo.
En el
IMO, celebramos con estos y con todos nuestros pacientes el Día Mundial de la
Visión, sabiendo que todavía hay muchas historias que ver y vivir.
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