SOBREVIVIR EN LA PENUMBRA: LA SITUACION EN SANTIAGO, CHILE...
Políticas públicas desligadas del tema, dejan a los discapacitados visuales en la misma oscuridad en la que viven, sin posibilidad de inserción ni igualdad. Son estos quienes deben aprender a vivir y sobrevivir solos, apelando siempre a un amable transeúnte que los ayude. Un problema de ciudades creadas y diseñadas para muchos, pero no para todos.
Imagen: grupo de personas ciegas, foto.Entre grandes edificios, lugares de recreación, para hacer ejercicio y de paseo, la ciudad está diseñada para ser disfrutada por quienes la recorren a pie, en auto o bicicleta. Para quienes puedan disfrutar de la belleza y gracia de esta, publicidades, autos, cerros, colores, gente. Esto por supuesto a través de la vista, pero siempre falta hacernos al menos una pregunta ¿cómo es que anda una persona no vidente en la ciudad?
Para un ciego resulta un desafío moverse totalmente solo en la calle. Al comprar, al cruzar, al tomar la micro, etc. ¿Qué se hace ante esto?
Varios podrían pensar que la comunidad no vidente pelea por una vida más justa, donde las personas se apiaden y les ayuden a cruzar las calles o les lean todo lo que requieran. Sin embargo, un no vidente no vive en una lucha ni con su condición, ni con él mismo, sino que busca ser insertado en una sociedad común, que debe cumplir con las condiciones para que todos puedan desenvolverse en ella con las mismas posibilidades y oportunidades.
Menos de un 10% de los semáforos de la ciudad de Santiago tienen un sonido que indica cuándo poder cruzar, los cuales están ubicados mayoritariamente en el centro de Santiago. En el resto de la ciudad, los ciegos sólo deben apostar a la buena voluntad de un peatón que lo ayudará a pasar a la otra vereda.
Las veredas deterioradas, que para nosotros suelen ser un detalle, para quienes se guían por un bastón es más que un desafío. Los paraderos con señalética sobre los buses que tomar son mínimos, y hace muy poco se permitió el ingreso de perros guías a los buses, algo que hasta hace poco lucía el cartel ‘’no se admiten mascotas’’.
Existen muchos más ejemplos como estos y situaciones que se repiten en el metro, los ascensores, accesos a edificios, etc.
Terminar con este panorama en nuestro país, es una tarea compleja, más aún cuando el apoyo que debería propiciar el estado (igualitario y equitativo), no funciona. El Senadis (Servicio Nacional de la Discapacidad), es una entidad que busca la igualdad de oportunidades, respeto de los derechos, participación en el diálogo social y la accesibilidad de las personas con discapacidad, a través de la ejecución de políticas públicas. Sin embargo, su página web no cuenta con las herramientas necesarias para ser utilizada por discapacitados. En esta se puede requerir servicios a través de dos formas de; la primera es vía web, donde abundan los eternos PDF que ayudan a entender el proceso para postular, y la segunda, vía telefónica, donde tardan horas en responder, y dan la opción de dejar un mensaje con lo solicitado y número de contacto, sin embargo, estos nunca son contestados.
Ante esto, existen varias fundaciones que intentan luchar en pos de lograr una sociedad más inclusiva, una de estas es la Biblioteca para Ciegos, una fundación sin fines de lucro creada hace más de 30 años y que aún, es muy poca conocida. En esta, Elizabeth Caballería, periodista de la fundación, alude a la gran cantidad de actividades que podrían realizarse, pero debido a los bajos ingresos que manejan y la constante participación en licitaciones de fondos, quedan coartados a la realización concreta de tareas para quienes forman parte de la fundación.
Si bien la existencia de organizaciones como estas, ayudan a la inserción y la igualdad, el Estado es quien debe apoyar estas entidades, buscando que quienes tengan menos posibilidades, tengan las herramientas necesarias para su desarrollo en la ciudad. Es necesario crear políticas que incluyan a las personas ciegas, y terminar con la burocracia que impide poder llevar a cabo proyectos como los mencionados anteriormente.
Por Catalina Acosta y Tomás López
El Ciudadano
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