Aceptar la ceguera no fue fácil para este maestro en Ciencias de Ingeniería Industrial, por lo que se fijó vencer cualquier obstáculo y hoy es un ejemplo de vida
Imagen: foto del maestro en Ciencias de Ingeniería Industrial
Cassiodoro Domínguez se afana en ser el primero en llegar diariamente a la Facultad de Estudios Superiores Aragón de la UNAM. Su clase inicia a las siete de la mañana y en ocasiones debe esperar varios minutos para que haya quórum, o el número de alumnos necesarios para comenzar.
Imparte cinco asignaturas en la carrera de Ingeniería Industrial y una en la carrera de Ingeniería Mecánica.
Hoy, como todos los días, ha salido de su casa a las cinco de la mañana, pues requiere de dos horas de camino en trasporte público para llegar a la Facultad de Ingeniería a impartir su clase. Comenzar sus labores por la madrugada le permite también incorporarse a una ciudad que a las cinco de la mañana no está tan habitada. Así viene haciéndolo desde hace 32 años casi de forma ininterrumpida.
En 2006, decidió tomar un año sabático para estudiar la Maestría en Ciencias en Ingeniería Industrial por el Instituto Politécnico Nacional. Para ello fue necesario que su esposa ingresara con él a las aulas de la maestría durante dos años. Era ella quien tomaba los apuntes. Cassiodoro Domínguez Crisanto, es ciego.
Riguroso para impartir su materia y pulcro en su vestir, este hombre de 67 años, entra al salón de clases y espera a que los jóvenes de octavo semestre de Ingeniería saquen sus libretas para tomar notas. Entonces, imparte la clase mientras escribe en el pizarrón. Su letra es pequeña, sus trazos no siempre prolijos. Eso no es lo importante.
Sus alumnos saben que es uno de los mejores profesores de Ingeniería, sobre todo porque dicen que sus clases son prácticas y están llenas de anécdotas. A él le interesa atender los problemas y necesidades afectivas y sociales de sus alumnos. Ser un profesor cercano, amigo, cómplice, sin perder su sentido formador para dar fe de su conocimiento, y ser capaz de traspasarlo.
El valor del silencio
Con un promedio de 100 alumnos por semestre, el profesor Cassiodoro Domínguez dice que escucha mejor lo que se silencia que aquello de lo que se habla en el aula; asegura que logra percibir mucho más que aquellos que cuentan con todos sus sentidos.
Recuerda una ocasión en que mientras daba su clase, dos alumnos jugaban cartas creyendo que él no se daría cuenta. “No es así. Yo percibo y he aprendido a comunicarme con mis alumnos. Armo imágenes de ellos de acuerdo con su voz, de acuerdo con las actitudes que tienen en clase”.
“En el pasado, antes de quedar ciego no me gustaba depender de los otros: llevaba una existencia autónoma, tal como procuro hacerlo hoy.
“Cada persona reacciona a la ceguera de acuerdo con sus carácter, y el individuo que poseía madurez e independencia antes de quedar ciego probablemente afrontará con mayor equilibrio la ceguera”, comenta el docente.
Como norma, este profesor permite que sus alumnos copien durante los dos primeros exámenes que aplica durante el semestre. Esto le hace distinguir quién es quién, es decir, la personalidad de cada uno de ellos.
Casado hace 36 años, tiene una hija de 34 años licenciada en informática, y un hijo de 31 años que es ingeniero industrial. Su hija era muy pequeña cuando él comenzó a perder la vista por un problema congénito.
En ese entonces, trabajaba como ingeniero industrial mecánico y tuvo que abandonar el trabajo debido a su ceguera; mientras tanto continuó impartiendo clases en la Universidad, labor que no ha abandonado. Fue y ha sido el sostén económico de su familia. Se desempeñó durante 13 años en empresas de producción de artículos para el hogar para la industria electrónica, accesorios eléctricos, autopartes y ensamble de automóviles.
No todo fue fácil para este maestro en Ciencias de Ingeniería Industrial. Hubo de transcurrir un buen tiempo para que el profesor Cassiodoro aceptara su ceguera, “mi vida funcionaba de acuerdo a ciertos esquemas y eso hubo de cambiar, pero decidí que no daría clases ahora en una primaria o una secundaria, sino que continuaría exigiéndome un alto nivel: licenciatura”.
Sus alumnos lo anclan al mundo
Para este profesor es importante mantener en alto el nivel de exigencia, sobre todo con su persona, y el apego con los jóvenes le es fundamental, toda vez que son ellos los que lo mantienen integrado con el mundo del modo en que quiere estarlo.
“Yo aprendí que el ciego no podrá resucitar como persona ciega rehabilitada a menos que renuncie sicológicamente a su antigua vida de persona con vista”, reflexiona el profesor.
Para él fue necesario tomar conciencia de su nueva vida y aceptar esa condición. Y para lograrlo, le fue y le ha sido fundamental sentirse una persona útil para la sociedad.
Tan es así que entre sus mayores intereses está el formar a mexicanos de bien; es decir, le interesa que quede una huella suya en cada uno de sus alumnos, como ha sucedido con el ingeniero Enrique Martínez, uno de sus discípulos más sobresalientes y hoy alto ejecutivo de una empresa de alimentos.
En entrevista con este diario, el ingeniero Martínez Gómez dice que nunca ha perdido el contacto con el profesor Cassiodoro. Se comunican cuando menos cada seis meses.
A Martínez Gómez no deja de sorprenderle cómo este profesor está siempre interesado en conocer las últimas novedades relacionadas con el campo de la ingeniería.
“Es curioso, inquieto, pregunta todo el tiempo por los avances... nuestras charlas son de horas. Fue el profesor Domínguez qu ien me enseñó el valor de la palabra persistencia. Para él no había imposibles.”
Durante la carrera, Martínez Gómez pidió hacer sus prácticas universitarias y tesis con el profesor Cassiodoro, y fue él quien lo apoyaba a la hora de calificar los exámenes.
“Siempre me impresionó su capacidad de abstracción y para transferir sus conocimientos”, comenta.
El profesor me decía: “Trata de tener la información bien acomodada en pequeños cajones. Cuando necesites una información ve a ese cajón y sácala de ahí. Fue él quien me enseñó el valor de los mapas mentales”.
Hoy, ambos son amigos que se frecuentan, no sólo maestro y discípulo.
Este profesor que ha realizado diversos proyectos de investigación respecto a la planeación en el control de la producción y en la fabricación de máquinas para los laboratorios de la carrera, concibe la educación como la posibilidad de desarrollar al máximo las potencialidades ocultas de cada persona, de tal manera que a partir de ellas pueda contribuir con lo mejor de sí misma a la sociedad.
“No me interesa imponer una obediencia a ciegas, sino orientar a mis alumnos para decidir entre lo que se debe y no hacer, orientarlos hacia una voluntad firme, y es el profesor quien posibilita esto”, concluye el profesor Domínguez Crisanto antes de subirse al camión que hoy, como todos los días, lo regresa a su casa a las 10 de la noche.
Fuente: http://www.vanguardia.com.mx/losalumnossonsusojos-739774.html
Hoy, como todos los días, ha salido de su casa a las cinco de la mañana, pues requiere de dos horas de camino en trasporte público para llegar a la Facultad de Ingeniería a impartir su clase. Comenzar sus labores por la madrugada le permite también incorporarse a una ciudad que a las cinco de la mañana no está tan habitada. Así viene haciéndolo desde hace 32 años casi de forma ininterrumpida.
En 2006, decidió tomar un año sabático para estudiar la Maestría en Ciencias en Ingeniería Industrial por el Instituto Politécnico Nacional. Para ello fue necesario que su esposa ingresara con él a las aulas de la maestría durante dos años. Era ella quien tomaba los apuntes. Cassiodoro Domínguez Crisanto, es ciego.
Riguroso para impartir su materia y pulcro en su vestir, este hombre de 67 años, entra al salón de clases y espera a que los jóvenes de octavo semestre de Ingeniería saquen sus libretas para tomar notas. Entonces, imparte la clase mientras escribe en el pizarrón. Su letra es pequeña, sus trazos no siempre prolijos. Eso no es lo importante.
Sus alumnos saben que es uno de los mejores profesores de Ingeniería, sobre todo porque dicen que sus clases son prácticas y están llenas de anécdotas. A él le interesa atender los problemas y necesidades afectivas y sociales de sus alumnos. Ser un profesor cercano, amigo, cómplice, sin perder su sentido formador para dar fe de su conocimiento, y ser capaz de traspasarlo.
El valor del silencio
Con un promedio de 100 alumnos por semestre, el profesor Cassiodoro Domínguez dice que escucha mejor lo que se silencia que aquello de lo que se habla en el aula; asegura que logra percibir mucho más que aquellos que cuentan con todos sus sentidos.
Recuerda una ocasión en que mientras daba su clase, dos alumnos jugaban cartas creyendo que él no se daría cuenta. “No es así. Yo percibo y he aprendido a comunicarme con mis alumnos. Armo imágenes de ellos de acuerdo con su voz, de acuerdo con las actitudes que tienen en clase”.
“En el pasado, antes de quedar ciego no me gustaba depender de los otros: llevaba una existencia autónoma, tal como procuro hacerlo hoy.
“Cada persona reacciona a la ceguera de acuerdo con sus carácter, y el individuo que poseía madurez e independencia antes de quedar ciego probablemente afrontará con mayor equilibrio la ceguera”, comenta el docente.
Como norma, este profesor permite que sus alumnos copien durante los dos primeros exámenes que aplica durante el semestre. Esto le hace distinguir quién es quién, es decir, la personalidad de cada uno de ellos.
Casado hace 36 años, tiene una hija de 34 años licenciada en informática, y un hijo de 31 años que es ingeniero industrial. Su hija era muy pequeña cuando él comenzó a perder la vista por un problema congénito.
En ese entonces, trabajaba como ingeniero industrial mecánico y tuvo que abandonar el trabajo debido a su ceguera; mientras tanto continuó impartiendo clases en la Universidad, labor que no ha abandonado. Fue y ha sido el sostén económico de su familia. Se desempeñó durante 13 años en empresas de producción de artículos para el hogar para la industria electrónica, accesorios eléctricos, autopartes y ensamble de automóviles.
No todo fue fácil para este maestro en Ciencias de Ingeniería Industrial. Hubo de transcurrir un buen tiempo para que el profesor Cassiodoro aceptara su ceguera, “mi vida funcionaba de acuerdo a ciertos esquemas y eso hubo de cambiar, pero decidí que no daría clases ahora en una primaria o una secundaria, sino que continuaría exigiéndome un alto nivel: licenciatura”.
Sus alumnos lo anclan al mundo
Para este profesor es importante mantener en alto el nivel de exigencia, sobre todo con su persona, y el apego con los jóvenes le es fundamental, toda vez que son ellos los que lo mantienen integrado con el mundo del modo en que quiere estarlo.
“Yo aprendí que el ciego no podrá resucitar como persona ciega rehabilitada a menos que renuncie sicológicamente a su antigua vida de persona con vista”, reflexiona el profesor.
Para él fue necesario tomar conciencia de su nueva vida y aceptar esa condición. Y para lograrlo, le fue y le ha sido fundamental sentirse una persona útil para la sociedad.
Tan es así que entre sus mayores intereses está el formar a mexicanos de bien; es decir, le interesa que quede una huella suya en cada uno de sus alumnos, como ha sucedido con el ingeniero Enrique Martínez, uno de sus discípulos más sobresalientes y hoy alto ejecutivo de una empresa de alimentos.
En entrevista con este diario, el ingeniero Martínez Gómez dice que nunca ha perdido el contacto con el profesor Cassiodoro. Se comunican cuando menos cada seis meses.
A Martínez Gómez no deja de sorprenderle cómo este profesor está siempre interesado en conocer las últimas novedades relacionadas con el campo de la ingeniería.
“Es curioso, inquieto, pregunta todo el tiempo por los avances... nuestras charlas son de horas. Fue el profesor Domínguez qu ien me enseñó el valor de la palabra persistencia. Para él no había imposibles.”
Durante la carrera, Martínez Gómez pidió hacer sus prácticas universitarias y tesis con el profesor Cassiodoro, y fue él quien lo apoyaba a la hora de calificar los exámenes.
“Siempre me impresionó su capacidad de abstracción y para transferir sus conocimientos”, comenta.
El profesor me decía: “Trata de tener la información bien acomodada en pequeños cajones. Cuando necesites una información ve a ese cajón y sácala de ahí. Fue él quien me enseñó el valor de los mapas mentales”.
Hoy, ambos son amigos que se frecuentan, no sólo maestro y discípulo.
Este profesor que ha realizado diversos proyectos de investigación respecto a la planeación en el control de la producción y en la fabricación de máquinas para los laboratorios de la carrera, concibe la educación como la posibilidad de desarrollar al máximo las potencialidades ocultas de cada persona, de tal manera que a partir de ellas pueda contribuir con lo mejor de sí misma a la sociedad.
“No me interesa imponer una obediencia a ciegas, sino orientar a mis alumnos para decidir entre lo que se debe y no hacer, orientarlos hacia una voluntad firme, y es el profesor quien posibilita esto”, concluye el profesor Domínguez Crisanto antes de subirse al camión que hoy, como todos los días, lo regresa a su casa a las 10 de la noche.
Fuente: http://www.vanguardia.com.mx/losalumnossonsusojos-739774.html
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