Esta nota nos muestra que la ceguera no es una barrera para el fútbol
Imagen: partido de fútbol con jugadores ciegos
Nunca han visto un campo de fútbol, ni han seguido una jugada de alguno de sus ídolos por la televisión y ni siquiera conocen los rostros de sus compañeros o el color de las camisetas que llevan en cada partido cuando juegan bajo el sol reluciente que tampoco pueden ver. Sin embargo, la ceguera no ha supuesto un obstáculo para los jugadores que componen el equipo de fútbol sala de la ONCE en Málaga. Todo un ejemplo de superación y afán por disfrutar de una pasión sin barreras en la oscuridad.
En la cancha se sienten libres y no necesitan llevar bastones o perros guías. «Hay cosas que hacen con el balón que aún no me explico como son capaces de efectuarlas. Cada día me sorprenden más. Trabajar con ellos es muy gratificante porque te dan una lección de sacrificio, ímpetu y ganas de disfrutar a pesar de sus limitaciones», explica José Urbano, entrenador del equipo desde hace 12 años.
Con algunas particularidades en las normas, los ciegos juegan, luchan y compiten como un deportista convencional gracias a la agudeza de sus otros sentidos. Cada jugador debe usar un antifaz –algunos ven sombras–, el campo tiene vallas laterales que evitan los fueras de banda y se juega al aire libre porque el eco de un pabellón desorientaría a los jugadores. Están obligados a decir «¡Voy!» en cada acción para evitar los golpes y se orientan gracias al sonido del balón, que lleva una carcasa de cascabeles, junto a las indicaciones del entrenador y de dos guías, uno en cada portería.
«No tienes que ser Cristiano Ronaldo o Messi para jugar al fútbol, un invidente también puede hacerlo. Es la única manera en la que me siento libre y una persona realizada», asegura Antonio Martín, apodado como 'El Niño' y considerado una estrella en este deporte. Con cuatro años se quedó ciego por culpa de una negligencia médica, sufría sinusitis y un medicamento inadecuado le dañó el nervio óptico. Pero nunca se deprimió ni se quedó encerrado en su habitación, su pasión por el fútbol no iba a conocer ningún obstáculo. Este licenciado en Ciencias Empresariales y vendedor de cupones asegura que el fútbol le ha proporcionado mayor orientación y seguridad en la calle.
Su esfuerzo y sacrificio de superación se ha visto recompensado con un denso palmarés y menciones: participó en dos juegos paralímpicos, fue elegido mejor jugador de Europa en 2005 y es el pichichi de la selección española. «De pequeño jugaba con mis amigos en un parque porque había una barandilla con la que me guiaba, hasta que con 12 años entré en el ONCE Málaga», relata. Un equipo que acumula en sus vitrinas siete campeonatos de Liga, siete copas de España y varios torneos internacionales. Más de 50 partidos imbatidos, no pierden desde 2008.
Silencio en la grada
Un encuentro de fútbol para invidentes requiere la máxima concentración, no sólo de los jugadores, sino de sus acompañantes y aficionados, ya que deben permanecer en silencio para que las claves e indicaciones de los guías, las voces de los futbolistas y la música de cascabel que emana del balón puedan ser descodificados con gran rapidez.
«La gente que desconoce este deporte se sorprende de que seamos capaces de hacer regates, manejar bien la pelota con las dos piernas, disparar a portería con gran precisión y movernos por el campo con velocidad. Muchos nos preguntan si jugamos agarrados a personas que sí ven o sentados en el suelo», comenta Marcelo Rosado, de 32 años, el jugador que lleva más tiempo en el ONCE Málaga.
Todos los fines de semana realiza un gran esfuerzo para viajar con el equipo ya que trabaja en Almería. «Merece la pena recorrer tantos kilómetros y superar retos constantes porque cuando juego percibo sensaciones imposibles de vivir en mi día a día. Los obstáculos, temores e inseguridad se sustituyen por una percepción de libertad, posibilidad y confianza. Me olvido por unos minutos de mi ceguera», apunta.
El único vidente de los jugadores es el portero. Álvaro González es junto a Mario Edgard –tiene 61 años–, el encargado de defender la portería del ONCE Málaga y también de orientar a sus compañeros sobre la cancha. Dejó la División de Plata del fútbol sala en 2007 para jugar con los invidentes y asegura que cada día descubre detalles sorprendentes. «Me enganchó desde el principio este deporte. Estos chavales te contagian de su espíritu y ganas de crecer, por la constancia en el trabajo y motivación. Les da igual ponerse enfermos, que llueva o que haga frío, ellos siempre quieren entrenar y jugar», señala.
González resalta que la complicidad y el buen ambiente que reina en el equipo es la base del éxito de un grupo de jugadores que no les paraliza su discapacidad ni los prejuicios del entorno en el que viven. «Somos una gran familia, hay buena sintonía y nunca faltan las bromas entre nosotros. Más de un jugador ciego en alguna concentración se ha comido un florero creyendo que era una ensalada», bromea.
El Niño, Alfredo, Zule, Marcelo, Sergio, José Antonio, Jaime... no verán los goles ni una buena parada de su portero, ni al capitán levantar la copa de campeón, pero perciben las mismas vibraciones que cualquier jugador de elite. «El fútbol no se ve, se siente», apostilla 'El Niño'.
Fuente: http://www.elmundo.es/
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