COLOMBIA: está a punto de ser certificada por la Organización Panamericana de Salud como el primer país que logra erradicar la oncocercosis, una enfermedad que ha provocado la pérdida de la visión a 270.000 personas en el mundo.
Imagen: Donaldo Zuluaga. López De Micay, Cauca | En el hospital San Miguel, de López de Micay, existe un puesto de control permanente de la oncocercosis.
Apoyado sobre su bastón, de cara a la casita de madera que habita a orillas del río Micay, a Florencio Angulo se le dificulta describir el lugar en el que ha vivido durante los últimas dos décadas. En contraste, tiene una imagen clara de Naicioná, aquella vereda de aguas cristalinas donde nació, vivió sus primeros años y contrajo la ceguera de los ríos.
Florencio es un negro macizo de 37 años, procedente de una de las veredas más alejadas de un municipio aislado del departamento del Cauca. El poblado Naicioná del municipio de López de Micay se encuentra a unas diez horas en lancha desde la carretera intermunicipal más cercana. Una prolongada intervención médica realizada en este lugar perdido entre el territorio Naya y la costa pacífica del sur del país tienen a Colombia a días de recibir un reconocimiento sin precedentes en el ámbito de la epidemiología tropical.
Durante los años sesenta se detectó allí un foco de oncocercosis, enfermedad que hasta entonces no se conocía en el país a pesar de que afecta a esta población afro desde tiempos de la colonia. Después de la intervención médica liderada por el Programa para la Eliminación de la Oncocercosis en las Américas (Oepa), Colombia se convirtió en el primer país del mundo que detiene su transmisión.
En los últimos días, además, se conocieron los resultados de un estudio realizado sobre la mosca negra transmisora de la enfermedad que en estados avanzados puede causar ceguera. A ninguno de los 13.000 simulium exiguums recolectados en la zona se les encontró onchocercas volvulus, gusano causante de esta afección que según la ONU le ha quitado la vista a 270.000 personas.
Fiesta pacífica
"Los gusanos no se consiguen más. Ya se terminaron. Ellos ya han hecho biopsias, hicieron la captura de las moscas, las llevaron a Estados Unidos y ya todas salieron negativas", cuenta Rogelia Riascos, líder de Naicioná, ficha clave en la comunidad para la eliminación de la enfermedad. Su apellido verdadero es Mosquera, pero la idea de que el nombre que la acompaña expela un mosquerío la llevó a cambiárselo.
"Cuando comenzaron a hacer los exámenes, le sacaban a uno un pedacito de cadera, pellizcadito, con una pincita. Eso lo dejaban en un envase con agua y un poquito de sal. Colocaban el pedacitico de piel y al rato, como a la media hora, nos decían: 'vengan a mirar ustedes mismos'. Ahí uno se convencía. Uno las miraba en el microscopio y eran como un hilo. Millares de gusanitos que se veían como espagueti", explica esta morena de 56 años sentada en una de las sillas plásticas del Hospital San Miguel de López de Micay.
Como tampoco le gusta comer esas pastas alargadas, ríe con la idea de que no los puede ver en el plato ni tampoco soportar las moscas por su larga lucha contra la oncocercosis, segunda causa de ceguera infecciosa en el mundo. La enfermedad es trasmitida por un gusano que se inserta en el organismo por medio de la picadura de la mosca negra. Las hembras pueden llegar a medir hasta 50 centímetros y ponen miles de microfilarias cada día. Estas larvas se diseminan por la piel, se alojan en la córnea y en nódulos detectables a simple vista; causan daños subcutáneos en los ganglios linfáticos y los ojos.
Hasta el año de 1887 se realizaron acciones para controlar el vector de transmisión, especialmente en África donde la enfermedad continúa representando una seria amenaza para la salud pública. Ese año, con la aparición del Mectizán (ivermectina), cambió la estrategia. El medicamento probó eliminar las larvas, mas no los gusanos adultos.
"El parásito se muere de viejo", informa Carlos Camacho, bacteriólogo del Hospital San Miguel. Este barranquillero sabe bien que en su laboratorio, de paredes descascaradas color azul pastel, recae la responsabilidad de mantener a Colombia libre de oncocercosis y así consolidar los logros de una intervención de salud que ajusta tres lustros. Cada seis meses, desde 1996, todas las personas de Naicioná -con excepción de las embarazadas y los niños más pequeños- tomaron el Mectizán donado por la farmacéutica Merck. Así se destruyen las larvas mientras se previenen complicaciones, hasta que los gusanos adultos mueran.
La gente llegó a familiarizarse de tal manera con el medicamento que ahora le atribuyen funciones tan variadas como la de dejar a los niños libres de piojos o evitar ataques epilépticos. Después de 15 años de visitas médicas, la comunidad celebra la noticia de la erradicación con currulaos. "Por 11 años el Mectizán nos tomamos y de la oncocercosis nos libramos", canta uno de ellos.
Herencia africana
"Como ya no hay el gusano solo queda dizque la vigilancia epidemiológica", le cuenta Rogelia a su comadre Lorilda Riascos tan pronto cruza el umbral de su casa.
En una región en la que la mayoría de los mensajes viajan a la velocidad de las aguas de los ríos, Rogelia es un altavoz para los cerca de 1.300 residentes de Naicioná y otros que, como Lorilda y su hijo Florencio, abandonaron la vereda pero siguieron recibiendo las dosis del tratamiento.
Aunque la consultoría de la Oepa en Colombia asegura que en la actualidad no hay personas de López que hayan perdido la vista por culpa de la oncocercosis, Florencio Angulo cree firmemente que su ceguera no fue causada por una enfermedad común.
"Allá en Cali me dijeron que habían sido unos parásitos los que me dañaron la vista pero no me dijeron el nombre, cómo se llamaban. Ya cuando llegó la doctora Alba Lucía Morales -integrante de la misión médica de la Oepa-, ahí fue que supe que el nombre de la enfermedad es oncocercosis", asegura.
Recuerda Lorilda, partera por 38 años, que su hijo viajó a la capital del Valle con un ojo bueno y regresó con los dos apagados. "Me agarró un dolor de cabeza y yo quedé como en lo oscuro", dice Florencio, quien tenía 15 años cuando advirtió por vez primera los problemas que hoy lo mantienen "en las tinieblas".
Según especialistas que lo examinaron en López, tanto su ceguera como la de su tía Ortiliana son producto de un glaucoma hereditario. Sin embargo, hay razones para sospechar también de la oncocercosis. En primer lugar porque las brigadas de salud detectaron la enfermedad en Florencio siendo ya él invidente. También porque su tía, de 79 años, perdió la vista hace 30 cuando trabajaba barequeando.
La oncocercosis es conocida como la ceguera de los ríos, esas autopistas que abundan en el pacífico caucano, porque su insecto transmisor habita zonas fluviales de aguas limpias, tan cristalinas como las que corren por el río Naicioná. La explotación áurea sobre los ríos ha sido descrita por la literatura médica desde los años sesenta como uno de los factores determinantes para la permanencia de la enfermedad. Algunos afirman que con la oncocercosis, la búsqueda eterna de El Dorado terminó por enceguecer a los afrocolombianos que sufren la fiebre del oro.
En 1970, una investigación publicada en el American Journal de higiene y medicina tropical reveló con precisión el lugar de la epidemia y detalló que 44 personas se encontraban infectadas, cinco ciegas y tres de ellas por oncocercosis.
De cualquier forma, las estadísticas son bajas si se les compara con los países africanos, donde la misma estrategia antioncocercosis aplicada en López de Micay cobija a 56 millones de personas. ¿La razón? La variedad de mosca negra colombiana "no es muy buena transmisora", según Sol Beatriz Sánchez, bacterióloga asesora de la Oepa.
Las investigaciones publicadas en la revista estadounidense, hoy archivadas en el Hospital San Miguel, también revelaron por qué la enfermedad estaba tan aislada del resto de Colombia como este alejado rincón del pacífico. "De un documento colonial español de principios de principios de siglo XVIII se pudo establecer que algunos de los esclavos negros traídos de África, luego trabajaron en minas de oro en el río Micay. Los apellidos originales pueden ser identificados con áreas tribales del occidente africano donde la oncocercosis está hoy presente", informó la publicación en 1971.
De esos hombres arrancados del continente madre desciende Florencio, su tía Ortiliana y otros invidentes que como ellos tuvieron que vivir el verdísimo pacífico en las tinieblas. Gracias a la erradicación de la ceguera de los ríos, tal vez sean los últimos.
Fuente: http://www.elcolombiano.com/
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