"No quería luchar, estaba encerrada en un ostracismo que no parecía tener salida... Ahora llevo una vida tranquila y feliz..."
"Me llamo Beatriz Vallejo, soy Colombiana y tengo Síndrome de Usher. El compromiso auditivo lo noté alrededor de los 13 años, cuando mis compañeras del colegio, me preguntaban por qué no les contestaba cuando me hablaban. En mi casa sucedía lo mismo, y después de varias citas médicas el resultado era el mismo. Una sordera neurosensorial que no tenía otro tratamiento que el uso de audífonos. En ese tiempo no existía el audífono especial para cada persona, con aislamiento de ruidos etc. De manera que el que usaba me aturdía con frecuencia y saltaba asustada con ruidos insignificantes. Pero como todo, la fuerza de la costumbre hace que uno se adapte.
Terminé colegio sin problemas, pero en la época de la universidad sí anduve con tropiezos, me tocaba estudiar el doble, porque no cogía todos los apuntes en clase, y tenía que prepararme bien para los exámenes. Afortunadamente el resultado al final fue satisfactorio.
Al poco tiempo empecé a trabajar, tenía mi consultorio de Fisioterapia, atendía pacientes a domicilio y me quedaba tiempo para pintar, en porcelana y en óleo, y jugar todos los días tenis a las seis de la mañana.
Estaba felizmente casada y mi vida era realmente placentera, había tenido oportunidad de viajar y satisfacer muchos gustos.
Más adelante, empecé a no ver bien, notando que los conductores de los carros me pitaban enfurecidos porque me cerraba y no me daba cuenta. Estuve a punto de estrellarme más de una vez. Por otro lado, después de jugar tennis varios años de repente las bolas me pasaban derecho o me caían encima. Parecía como si se me hubiera olvidado jugar o manejar. Más adelante noté que no podía ver los colores, resultando muy deprimente al tener el pincel en mi mano sin poder reproducir lo que quería, apareciendo manchas de colores indefinidos.
El tener que ir suspendiendo mis actividades que había hecho toda mi vida, me hacía sentir disminuida, inútil, acrecentando el problema cuando empecé a caerme, me tropezaba con todo, dándome golpes muy fuertes al no saber de pronto como medir los espacios, me rodaba por las escaleras porque se aplanaban y no sabía donde pisaba, además la magnitud de los relieves de las calles, eran imposibles de calcular. El equilibrio mío era pésimo y los campos visuales cada vez se reducían más.
Las expectativas de muchos médicos que me vieron, no eran nada alentadoras. Sentía un verdadero pavor de quedarme ciega, mi vida era solo un caos de angustias, desespero, me sentía muy sola y triste, sin un solo aliento para vivir.
Me preguntaba todos los días por qué me tocó a mí, por qué Dios me abandona. No podía entender este destino que me tocaba. No quería luchar, estaba encerrada en un ostracismo que no parecía tener salida.
Después de un año de crisis, supe de casualidad de un excelente oftalmólogo, Doctor Jorge Vasco Posada quien me operó los dos ojos, con el propósito de detener el proceso degenerativo de la enfermedad que ya llevaba un ritmo tan desbocado.
Más tarde, la Doctora Carmen Barraquer, me operó las cataratas y me puso lentes intraoculares. Ante la controversia que siempre hubo, frente a la posibilidad quirúrgica en un caso como el mío, puedo decir que el resultado fue sorprendente. Si no me hubiera hecho todo esto, no estaría tan estable, no quiere decir que vea más, pero la visión central es más nítida y pude volver a ver los colores y poderlos diferenciar, lo que me ha permitido volver a pintar.
Después de este año en que hicieron estas cirugías, poco a poco se abría una luz hacia una vida más positiva. La ansiedad y la angustia tomaban otro cariz. Me he acercado más a Dios y se que no me desampara.
La ayuda de mi esposo y mis hijos ha sido invaluable. Han tenido una paciencia única, sobretodo en los momentos más difíciles, dándome cariño, ternura, conduciéndome en la mejor forma para hacer las cosas más llevaderas. A mi papá y mi mamá tengo que agradecerles que siempre han estado a mi lado. Hay muchas otras personas que en una u otra forma me han ayudado a salir adelante y todos los días las guardo en mi corazón.
Ahora llevo una vida tranquila y feliz, trabajo medio tiempo, escribo cuentos, pinto y con frecuencia me dedico a la culinaria. La concepción hacia la vida y la proyección hacia los demás, despierta un deseo tan grande de ayudar, es algo espiritual que nace con una sonrisa para tantos que pueden estar viviendo una vida tan oscura como la viví yo.
Hay que luchar por lo que aún se tiene, porque siempre habrá algo grande. Hay que realzar las cosas buenas de la vida, desde la sublimación de los recuerdos de un pasado, hasta todo lo bueno que hagamos cada día. Siempre habrá un horizonte con muchas cosas para hacer. Hay que ser positivos, con un sonrisa que nos llene de orgullo, porque la podemos proyectar a otros, que todavía no han podido sonreír, pero también pueden aprender a hacerlo con nuestra ayuda."
Fuente: http://www.sordoceguera.org/
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