De los cerca de 600 afiliados que la Once tiene en Albacete pocos son invidentes totales gracias a los avances médicos y técnicos .La Once es imprescindible para que las personas que han perdido la vista recuperen su autonomía .
Imagen: Juan José Lozano, ciego desde los veinte años, a las puertas de su casa en Alcadozo
Después de pasar ocho años sentado en un sillón, prácticamente sin salir de casa, la Once le dio las alas para recuperar su autonomía. A pesar de sus 75 años y de la ceguera, lo único que impide su paseo matutino es la nieve. Como él, Antonio Cano no perdona sus paseos por Viveros. Tiene claro que «con los ojos cerrados veo más que muchos con los ojos abiertos». Lucía López dice que no se lo esperaba y, sin embargo, antes de que le quitaran el parche del ojo ya sabía que había perdido la visión y que este bache también lo iba a superar. Sus últimos veinte años han supuesto un auténtico calvario, una lucha por no perder la vista que puede que no haya terminado. Hoy, dos años después de quedarse ciega, ya se atreve a pensar en coger el bastón y salir sola a la calle, pero su lazarillo sigue siendo su marido.
Los tres han seguido con su vida gracias a que la Once se ha preocupado de guiarlos. De los 590 afiliados que la Organización Nacional de Ciegos tiene en Albacete pocos son invidentes totales gracias a los avances médicos y técnicos, pero aún hay niños que tienen que crecer sin saber lo que supone ver o personas como Antonio, Lucía y José Juan. Para todos ellos la figura de Jesús Morcillo, el profesor de autonomía, es fundamental. Él se convierte en sus ojos y les ayuda a desarrollar ese sexto sentido que hace de los ciegos unas personas especiales.
Profesor y alumno
Entre el profesor y el alumno se establece un vínculo que nunca se pierde. Él ayuda al invidente a moverse por la calle, a buscar referencias, a ver cuál es el momento de cruzar o a desenvolverse en la casa. Para conseguirlo, hay tres medios, a través del perro guía, con el bastón blanco o con un guía vidente, un lazarillo. El segundo paso es el de las habilidades de la vida diaria. Tanto los ciegos totales como las personas que tienen restos visuales deben aprender a distinguir monedas y billetes, a moverse en la cocina o, en el caso de los niños, a vestirse. Hay que aprender a vivir a tientas.
La degeneración macular asociada a la edad, las retinopatías diabéticas, la retinosis pigmentaria o el glaucoma son algunas de las enfermedades que aún hoy dejan ciegos a los videntes. También hay casos de niños que nacen sin posibilidad de ver porque llegan antes de tiempo, por ser prematuros, pero ahora mismo en Albacete el rehabilitador sólo trabaja con tres. En cualquiera de los casos, aunque la Once también pasa por tiempos difíciles porque ha bajado la venta del cupón, «mantiene su razón de ser, las ayudas sociales». Jesús Morcillo explicaba a este diario, momentos antes de visitar a Lucía, que para un ciego es más sencillo defenderse cuando se ha tenido visión. Sin embargo, psicológicamente el golpe es mucho más duro. La ayuda psicológica también es imprescindible. Así, la Once pone a disposición de sus afiliados todos los recursos técnicos y humanos para salir adelante y Albacete pone de su parte una ciudad llana y «aceptablemente» señalizada. «Se puede llevar una vida totalmente normal», insistió Morcillo. Prueba de ello es que cuando este diario fue a casa de Lucía fue ella quien contestó al telefonillo y ella quien abrió la puerta de su casa. Su historia es la de una lucha incansable que empezó en la adolescencia, cuando comenzó a perder vista. Llegó a tener 24 dioptrías, pero con sus lentillas veía sin problemas, «era la reina de los mares». Hace veinte años, cuando tenía cuarenta, la animaron a operarse para olvidarse de las gafas.
El oftalmólogo albaceteño Juan Belmonte y el doctor Alió, responsable de Vissum, le desaconsejaron la intervención, pero al final se fue a Barcelona, donde le quitaron los cristalinos. La recuperación fue muy dura y nunca volvió a ver como antes. Las entradas en el quirófano se sucedieron una detrás de otra por múltiples motivos, desde la tensión ocular, que se le disparaba hasta un desprendimiento de retina.
Finalmente, después de la última operación, al quitarle el parche del ojo que le quedaba con vista, ya no veía nada. Lucía es ciega desde hace 28 meses y aún le cuesta aceptarlo. Es más, hoy se arrepiente, pero pasó un año antes de que se atreviera a pedir ayuda a la Once. «Para mí, afiliarme era como tirar la toalla y, sin embargo, me ha cambiado la vida». Gracias a la Once ha aprendido a valerse por sí misma y ha recuperado el ánimo conversando con otras personas que están en sus mismas circunstancias. «Es duro coger el bastón, pero lo haré», decía orgullosa ante la devota mirada de su marido. Él se pasa el día conectado a Internet, pendiente de los últimos avances, porque no descarta que algún día haya una solución para su mujer.
Reuniones de los jueves
Mientras espera un milagro, Lucía acude puntualmente a sus reuniones de los jueves en la Once, donde «no hay penas» y junto con su marido, que ya está jubilado, se apunta a todos los viajes que surgen. No es fácil, pero la vida sigue. Antonio Cano es un ejemplo de optimismo y superación. Tiene 59 años y es ciego desde hace dos, pero no deja lugar a las lamentaciones porque ha tenido una buena maestra. A su madre, que ahora tiene 90 años, la dejó ciega el glaucoma y él, con la misma enfermedad, tenía claro cuál iba a ser el final. «De ánimo estoy muy bien, pero sé que de la oscuridad ya no salgo», decía por teléfono desde Viveros. Antonio Cano fue cocinero en Canarias, Mallorca, Valencia y Alicante.
Se recorrió las islas y la costa española entre fogones, pero desde que perdió la vista no se ha atrevido a volver a cocinar por miedo a quemarse. Eso sí, valentía le sobra. Vive, con la familia cerca, pero solo. Cada día, se levanta, se asea, desayuna y coge su camino. Guarda en su memoria todas las calles de Viveros: Calvario, Mesones, Huertas... y tampoco tiene problemas para reconocer a sus vecinos por la voz. «Parece que juego a la gallinita ciega. Por donde paso me van preguntando ¿Quién soy? ¿Me conoces?». Nunca ha perdido el humor, ni tiene intención. José Juan Lozano tiene ahora 75 años, pero es ciego desde hace veinte. Cuando el entrenador de la Once lo visitó por primera vez, llevaba años sin salir de casa. «Gracias a la Once volví a caminar», comentaba al periódico. Y es que ahora que ya sabe moverse con su bastón lo único que le frena es el frío. Las tardes las pasa en casa sin separarse de la radio, su eterna compañera, pero por las mañanas coge su bastón y camina más de dos horas.
En casa su lazarillo es su hermano Jacinto, pero por las calles de Alcadozo no necesita a nadie, se las conoce de memoria. «No tengo problemas, me sé todas las calles, pero si me pierdo, pregunto y sigo». Al final, discapacitado es quien se pone frenos, aunque tenga todos los sentidos.
Fuente: http://www.laverdad.es/albacete/v/20101226/albacete/vivir-oscuridad-20101226.html
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