Tienen una difícil situación económica, pero les afecta más la indiferencia de algunas personas.
Imagen: foto de los 3 hermanos bajando las escaleras
Con una mano sostiene el bastón, deteriorado por el uso, y con la otra, pone sobre su hombro derecho un cilindro de gas para cocinar.
Debe subir 160 empinados escalones, que jamás ha visto, pues perdió su visión hace 14 años.
Arriba lo esperan Carlos, de 46 años, y José, de 57, sus hermanos. El primero nació ciego y el segundo perdió la visión hace 13 años. "El gas nos dura como tres meses. Alguna vez le pedí ayuda a una persona que seguramente no era del barrio y el cilindro nunca llegó a la casa", dice Gustavo, de 43 años.
Ellos son los hermanos Rodríguez y viven en el barrio Las Colinas, en el sur de Bogotá. Sus padres eran invidentes y, debido a un defecto congénito, ellos también perdieron la visión. Gustavo es el más hablador de todos, aunque a José no le tiembla la voz cuando se trata de contar las dificultades por las que pasan, por razón de su limitación visual. Carlos, por el contrario, es muy callado, tanto que, según sus hermanos, a veces ni siquiera se atreve a pedir ayuda para pasar una calle.
Todos lo días deben subir y bajar entre tres y cuatro veces los empinados escalones para ir a sus sitios de trabajo. Los tres venden bolsas de basura para poder pagar los servicios públicos y la comida.
Pero las escaleras son sólo algunas de las dificultades que tienen. José cuenta que, en repetidas ocasiones, se ha caído mientras camina, pues no logra esquivar los huecos o al pasar una calle hay tantas personas que hasta lo han tumbado al piso o se molestan porque con su bastón los toca mientras intenta abrirse paso entre la multitud.
Además, viven en una casa en un terreno de invasión, con paredes de ladrillos que no tienen vigas, con piso de tablas de madera rotas y las que no lo están, suenan como si estuvieran a punto de quebrarse cuando se pisan. Para completar, el olor a humedad es terrible, pues con la ola invernal que vive la ciudad, el agua entra por todos los lados. Al terminar su día, a las 4:30 p.m., se encuentran, luego de una travesía, en la casa para charlar un rato.
Gustavo dice que "quedarse ciego es muy difícil. Prefería que me llegara la muerte. Después entendí que no iba a recuperar la visión y pensé que debía vivir alegremente y hacer felices a mis hermanos".
Fuente: http://www.eltiempo.com/
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