Miguel Ángel Clemente Solano es ciclista paralímpico y subcampeón del mundo. El deporte es su motor para superar las barreras que la ceguera le va poniendo...
Imagen: foto de Miguel
Cuando en el silencio de su casa de Corvera escuchaba avatares de su vida, contados con naturalidad y voz resuelta que anuncia una encomiable presencia de ánimo, el periodista recordó al entrevistado algunas frases de aquella pequeña gran mujer, enorme mujer, -la madre Teresa de Calcuta- quien junto al ejemplo de su vida dejó dicho: «Haz que en vez de lástima, te tengan respeto. Cuando no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. Pero nunca, nunca, te detengas». -No conocía la frase [dice Miguel Ángel Clemente] pero puede ser la síntesis de mi vida y una buena forma de terminar la entrevista. -También de empezarla [piensa el periodista] porque la ocasión es pintiparada para mostrar que no todo es hedonismo. Que sí, que ahí al lado, sin salir de la Región, la cultura del esfuerzo vive entre nosotros. La vida de Miguel Ángel es una prueba.
De tropiezo en tropiezo.
De caída en caída es la forma que tiene la vida de enseñar. Pero los iniciales tropiezos del niño Miguel Ángel contra objetos que había en el suelo no eran producto del despiste sino de una incipiente falta de visión, entonces aún no detectada. Padece retinosis pigmentaria: una enfermedad ocular degenerativa, y hereditaria, que produce una grave disminución de la capacidad visual y conduce a la ceguera. Aunque se nace con la enfermedad, ésta no se manifiesta abiertamente hasta la adolescencia, si bien Miguel Ángel fue consciente de ella antes (11 años tenía) porque se le da descubrieron cuando le hicieron pruebas al haberla detectado en su hermano Francisco José, tres años mayor que él.
-¿Cómo reaccionó cuando se enteró?
-No hay alternativa: lo aceptas o lo aceptas. Y como tenía resto de visión, me dije: «Ya llegará la decadencia. Mientras, voy a hacer mi vida todo lo que pueda».
Paso a paso
Siempre ha vivido en Corvera donde cursó la EGB. Luego culminó con éxito estudios de Formación Profesional en Fuente Álamo. Cuando salió del Instituto trabajó en una empresa, siguiendo así el consejo paterno que tenía como objetivo «que viera un poco de mundo y apreciara más lo que tenía en casa». A casa volvió. Empezó a trabajar en la empresa familiar (distribución de gas butano) tanto en tareas administrativas como en labores técnicas de inspección, las dos ramas de FP que estudió. La empresa funcionaba bastante bien. Se afilió a la ONCE con vistas al futuro, porque hasta la fecha no ha necesitado empleo en esta organización. Miguel Ángel iba perdiendo visión paulatinamente, pero su vida seguía siendo normal. Trabajaba, tenía amigos, tenía novia, se casó con ella, Ana, de quien afirma: «Es mi apoyo vital».
-Siendo su enfermedad hereditaria, seguro que se plantearían muy en serio lo de tener hijos.
-Después de pruebas médicas genéticas, me pronosticaron que tenía un 76% de posibilidades de que mis hijos naciesen ciegos. Un poco egoístamente, decidimos no tenerlos.
De deporte en deporte
Miguel Ángel jugaba al fútbol. Pero, claro, si miraba la pelota no veía al contrario que se la disputaba y si miraba al rival no veía la pelota. Así que se puso de portero. Aguantó una temporada, pero pronto se convenció de que tampoco veía para eso. Cambió al baloncesto. A los 18 años tuvo que dejarlo. Por la misma causa: falta de visión periférica.
Intuyó entonces posibilidades en el ciclismo en tándem. Formando parte del equipo de la ONCE, se dedicó a su práctica con su amigo José Manuel Pintado, del que hace especial mención de aprecio y gratitud. Concurrieron a una carrera en la que quedaron duodécimos. «Primera y última», pensó, «no estoy preparado para este nivel». Pero no lo debió hacer tan mal, porque Faustino Rupérez, seleccionador nacional, le convocó para otra prueba. Y como para correr en tándem necesita de otra persona, a Miguel Ángel se le planteó un problema que, sucesivamente, ha ido solucionando con Juan Vera Fuentes, del Club Ciclista de Cartagena, el propio Pintado, el madrileño Valentín González, el granadino Ignacio Soler, José Ramón Ramírez Gilabert 'Jaba' y finalmente Diego Javier Muñoz.
-Está usted en la elite.
-Por fortuna, sí, porque si no, las dificultades se multiplicarían. Mi compañero de tándem necesita que se le compensen las horas no trabajadas por dedicarlas al entrenamiento. Para el último Campeonato del Mundo nos ha solucionado el problema la Caja Rural Regional de Fuente Álamo.
-¿No le da el ciclismo para vivir?
-Yo vivo de mi modesta pensión y del sueldo de mi mujer, además de unas pequeñas ayudas si consigo medallas. Pero no estoy en esto por el dinero que pueda conseguir, sino porque da sentido a mi vida. El ciclismo es el motor que me lleva a superar las barreras que la ceguera me va poniendo.
De meta en meta
Como deportista Miguel Ángel Clemente también ha conocido la cara amarga de las lesiones. La primera, un desgarro isquiotibial que le impidió participar en la Olimpiada de Pekín. Operado con éxito por el doctor Guillén, el primer día de entrenamiento fue atropellado por un coche: nervio ciático seccionado, fractura de vértebra y de peroné. El mundo se le vino encima. Pero -voluntad de acero- pronto se dijo que «una chica despistada no me va a fastidiar la vida», así que, una nueva meta, las 5 horas de entrenamiento diarias las dedicó a rehabilitación intensiva y consiguió volver a montarse en la bici para competir. En Italia acaba de quedar subcampeón del Mundo.
[Combativo, tenaz, vitalista, desafiante consigo mismo, casi ciego total (solo tiene el 10% de visión en un ojo) este final de entrevista enlaza con el principio de la misma porque, efectivamente, Miguel Ángel Clemente ha hecho vida de otro mensaje de la Madre Teresa de Calcuta: «Detrás de cada línea de llegada hay otra de salida»].
Fuente: http://www.laverdad.es/
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