"ESTAR CASI CIEGO ME HA HECHO ENCONTRAR MI AUTÉNTICO CAMINO..." PARA LEER ESTA HISTORIA DE VIDA
Imagen: Abián y su mujer, Albi, junto con sus dos hijos Aarón, de seis años, y Ángel, de tres.
Ángel Abián Megías Arbelo tiene 29 años y si la enfermedad no se hubiera cruzado en su camino, lo más probable es que hoy fuera un profesional de las telecomunicaciones. Con 17 años, sus planes de futuro le encaminaban hacia esos derroteros. Era un joven más de Vecindario. Buen estudiante y mejor deportista. Practicaba natación, rugby y ciclismo, que aún es su pasión. «Lo último que hice antes de caer enfermo fue el Camino de Santiago en bicicleta. Fueron 16 días pedaleando y disfrutando de paisajes maravillosos y de la compañía de mis mejores amigos. Fue mi última aventura. Tener que abandonar la bicicleta es quizás lo más duro a lo que he tenido que enfrentarme al dejar de ver».
Y es que Abián no tuvo tiempo para asimilar el cambio tan radical que experimentó su vida. Fue de la noche a la mañana. Justo con esos 17 años, un día notó que apenas veía. El médico le dijo que tenía una inflamación del nervio óptico producida por una enfermedad que aún hoy, casi 13 años después, sigue siendo desconocida. «Yo todavía no tengo el alta hospitalaria del Negrín», asegura con una sonrisa. Lo único cierto es que en menos de una semana, perdió el 82% de su capacidad visual. «Tengo 180 grados de visión, pero lo poco que veo no lo puedo enfocar. Son nebulosas, bultos. Si me acerco mucho y fijo la mirada, distingo algo, pero borroso. Tengo un 0,1 de agudeza visual. Veo un 10% de lo que ve una personal sin problemas».
Ese día, Abián se vino abajo. Se encerró en su casa durante un año. «No hacía nada. Me sentaba en el sofá frente a la televisión encendida. Y a veces ni siquiera la encendía. Sólo me quedaba allí sentado. En ese momento se me rompió todo. Ni siquiera pude terminar el COU. Entonces fue cuando fui consciente de que una situación como esta te hace envejecer muy rápido, porque me di cuenta de que ya no encajaba con la gente de mi edad con la que antes disfrutaba de la vida».
Fue un año muy duro. A la tragedia de quedarse casi ciego se unieron las penurias que pasó por el tratamiento con corticoides que necesitaba para que las infecciones que le provocaba la enfermedad no acabaran con él. «Estaba en otro planeta. Con chutes diarios de corticoides. La verdad es que lo pasé muy mal», confiesa Abián. Sin embargo, logró salir del pozo. «No fue un día determinado. Simplemente, en un momento dado me di cuenta de que así no podía seguir. La verdad es que salí a base de empujones. Y mi familia, con mi madre a la cabeza, se confabuló para darme el empujón definitivo y me convenció para que me afiliara a la ONCE. Esa fue la clave de mi salvación».
Y es que la Organización Nacional de Ciegos Españoles le ofreció todo un mundo de oportunidades que aún continúa descubriendo. «Los trabajadores sociales me ayudaron a seguir adelante y me mostraron todas las posibilidades que tenía ante mí. Si tienes predisposición y te abres, puedes lograrlo. A mí me costó mucho, pero tenía que hacerlo y lo hice. Cuando te pasa algo como esto, aprendes a enfocar tu vida e intentas aprovecharlo todo. Por eso me fui un año al colegio de recursos especiales que tiene la ONCE en Madrid, para hacer un curso de redes informáticas. Fue duro estar allí solo, sin mi familia, pero eso también lo superé».
DE TRABAJO EN TRABAJO.
En Madrid fue donde Abián trabajó durante un año en una de las empresas que colaboran con la ONCE. Pero la enfermedad de su padre, que moriría poco después, le hizo regresar a la Isla. «Al mes de estar aquí, ocupé un puesto de técnico de mantenimiento en el Hospital Doctor Negrín, en turno de noche. Después, estuve un tiempo sin empleo y me dediqué a hacer cursos y a colaborar con empresas externas».
Al año siguiente, en 2004, se casó con Albi y tuvo a su primer hijo, Aarón. Más tarde llegaría Ángel. «En 2005, empecé a trabajar en Las Galenas, donde todos los empleados teníamos alguna discapacidad y en enero de 2008 entré en la ONCE, que es donde espero seguir durante muchos años más».
Abián es tiflotécnico. Es el profesional que se encarga de ayudar a los ciegos a acceder a la información, mediante adaptaciones de aparatos digitales. «Realizo una labor docente y técnica a la vez. Cada día veo frente a mí a personas con mis mismos problemas y cuando no puedo formarles, les dejo madurar. Yo sé muy bien que tienes que invertir años de tu vida en asimilar lo que te pasa para salir adelante».
Su trabajo le satisface por completo y le ha hecho reflexionar sobre su realidad. «A veces me pregunto: ¿Si hubiera estudiado Telecomunicaciones sería feliz? Y no tengo la respuesta. Sólo sé que hoy tengo la sensación de que perder la vista fue estupendo, porque estoy convencido de que he ido por el camino correcto. Después de madurar la situación, creo que no me vino mal, porque veo algo que a lo mejor de otra manera no habría podido ver. Estar casi ciego me ha hecho encontrar mi auténtico camino».
Sus planes de futuro lo sitúan en la Universidad. «Quiero cursar Relaciones Laborales. Pero me lo tomo con tranquilidad. Quiero una formación universitaria y seguir añadiendo capítulos a mi vida».
Fuente: http://www.canarias7.es/articulo.cfm?id=207074
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