Constanza
Bonilla, una artista plástica colombiana, quiso que su abuela siguiera jugando
parqués después de haber perdido la visión a causa de la diabetes. Pensó en una
forma para que doña Carmen de Monroy pudiera identificar las fichas por sus
colores amarillo, azul, rojo y verde, pero a través del tacto. Hoy la idea se
ha constituido en el código Constanz, un sistema patentado para que las
personas con discapacidad visual puedan sentir los colores.
El
Constanz está inspirado en los elementos de la naturaleza: el amarillo se
identifica con una línea recta en relieve, por la manera como los rayos del sol
golpean directamente a la tierra. El azul es una línea ondulada y representa el
fluir del agua. El rojo tiene forma de zigzag, porque el fuego se mueve de
forma irregular, y el blanco y el negro son, respectivamente, un aro y un punto.
A partir de ahí, juntando las figuras, todas en relieve, se pueden formar los
colores del círculo cromático.
El
sistema Braille, inventado por Louis Braille en Francia en el siglo XIX, es la
forma como las personas con discapacidad visual pueden leer los números y las
letras en cualquier idioma. Pero hasta 2004, cuando Bonilla hizo público su
código en Barcelona, España, las personas ciegas no tenían cómo saber el color
de las cosas. El reto del sistema, pero a la vez la clave de su carácter
universal, era volver algo abstracto, como el color, en algo palpable.
La
artista presentó la idea rompiendo con la regla de oro de todos los museos y
las galerías de arte: ver y no tocar. Su exposición en España, donde vivió
hasta hace tres años, fue la primera muestra de pintura para personas con
discapacidad visual, en la que lo principal era el tacto, incluso para personas
con el sentido de la vista que quisieran participar vendándose los ojos.
“Después
encontré que tenía una aplicación importante a nivel industrial, al ver la
necesidad de las personas ciegas, por ejemplo, a la hora de encontrar su ropa.
Por eso hemos diseñado marcas en fomi: cortamos los códigos en fomi para que
las pongan en los ganchos o en los cajones y así clasificarla por colores y
tener independencia”, cuenta Bonilla.
En
Colombia se constituyó como la Fundación Constanz, que fabrica de forma
artesanal ese tipo de implementos. Otro lugar donde es posible encontrar
artículos accesibles para personas con esa discapacidad es la tienda del Instituto
Nacional para Ciegos (Inci), en la que se puede adquirir desde termómetros
sonoros hasta juegos basados en el tacto y el olfato. Pero a nivel industrial,
la única empresa de artículos de consumo masivo que hasta el momento ha
adoptado una tecnología como el código Constanz es Totto.
Este
fabricante de maletas sacó al mercado hace cerca de un mes 600 unidades del
primer morral inspirado en personas con discapacidad visual: tiene
compartimientos para la pizarra y los punzones con que se escribe en Braille,
una funda para el bastón, bolsillos de distintos colores identificados con
Constanz y un localizador que permite a la persona ciega encontrar su maleta
silbando sobre un llavero que pita, entre otras características.
La
idea de la compañía, según Carolina Uribe, directora de mercadeo de Totto, fue
crear un maletín que cualquiera pueda usar, incluso una persona ciega.
“Cometemos el error de pensar un producto para separarlos del resto de la
población, pero se trata de pensar en un producto para todos que puedan usar
ellos también”. Por eso, Sandra Castro, coordinadora de mercadeo del Inci, pone
como ejemplo los teclados de un computador: no es necesario que haya teclados
exclusivos para ciegos, sólo basta con que traigan marcadas las letras “J” y
“F” y el número 5, cuando el número 1 está en la parte inferior. “Que los
artículos inclusivos no sean exclusivos”, dice.
El
trabajo de la Fundación Constanz, conformada por el hijo de Bonilla, David
Pedrol, y sus dos tías, Helena y Luz Ángela Bonilla, precisamente ha sido
tratar de integrar a niños con discapacidad y niños que tienen sentido de la
vista en talleres, sobre todo en instituciones públicas, para despertar “el
interés por las otras personas. Este interés es importante estimularlo desde
los colegios, práctica que debe ser recíproca”, según Bonilla. Pero, ¿qué
proyección podría tener este sistema?
Carlos
Parra, director del Inci, duda que algún día se vuelva tan universal como el
Braille, quizá porque no todas las personas ciegas pueden verle una utilidad.
“Cuando hicimos el evento de lanzamiento del morral, los ciegos de nacimiento
decían: “¿Y a mí qué me interesa que sea rojo o azul?”, se despreocupan del
color. Pero a mí, que alguna vez vi, sí me interesa”, cuenta Parra. Por demás,
cree que una funcionalidad del Constanz, como ayudar a identificar la ropa, es
útil para todos. “Estamos inmersos en una sociedad y uno tiene que ir bien
presentado, indistintamente de que sea ciego. Pero creo que falta expandir la
idea y que la gente se apropie del Constanz”.
Por lo
pronto, el trabajo de Bonilla, quien estuvo nominada a los premios innovadores
de América 2014, ha llegado a países como Argentina y España. A través de su
página web asesora y distribuye el curso de aprendizaje del sistema, con
material teórico y didáctico, partiendo de la teoría del color y los principios
de la geometría para que los niños con discapacidad visual puedan pintar y
hasta aplicar los códigos de color en disciplinas como la geografía.
En
Colombia hay cerca de 1,14 millones de personas ciegas y cerca de 5 millones con
baja visión irreversible. Desde el Gobierno se han hecho esfuerzos para la
inclusión con instituciones asesoras como el Inci y programas del Ministerio de
Tecnologías de la Información y la Comunicaciones, como las funciones de cine
con audiodescripciones. Pero según Parra, aún falta mucho por hacer desde la
empresa privada, sobre todo en inclusión laboral. “Puede que la gente tenga
estudios, pero si no tiene trabajo, ¿qué? Falta mucho por mejorar, pero es que
los cambios en la sociedad son paulatinos”.