CREER PARA VER, UN HERMOSO PROYECTO QUE SE CONCRETO!!!
Como Serrat, que cantaba sobre un marinero que hizo un jardín junto al mar, Joselo había hecho de su casa un laberíntico jardín de madreselvas y floripondios, al que convirtió, a su vez, en un bar para los turistas que iban a Cabo Polonio. Lo particular del Bar de Joselo es que Joselo era ciego, pero conocía su bar como la palma de su mano. A la hora de la siesta, yo me iba hasta el bar y le leía a Joselo un libro de Gibrán, pues era su único momento tranquilo del día. Una tarde, Joselo me pidió que le prestase el libro. Cuando lo tomó entre sus manos para reconocerlo, se deslizaron algunas fotografías que yo guardaba entre sus hojas. Al pasar el dedo sobre una de ellas, inequívocamente sintió esa sensación suave, plastificada, que resbala bajo los dedos.
–Che, Juan, ¿qué son? ¿Fotos?, me preguntó Joselo, sorprendido por su hallazgo.
–Sí, son fotos de donde yo vengo, de mi casa, contesté.
–¿Y no me las describirías?, me pidió.
Y me encontré describiéndole fotos a un ciego. Sus preguntas eran cada vez más incisivas y se adentraban en detalles que no eran otra cosa que las pinceladas del paisaje que recreaba en su cabeza. Sentí que veía por él y que los dos veíamos un mismo paisaje al que arribábamos juntos. Nunca más volví a Polonio, ni a ver a Joselo”.
La anécdota contada por su protagonista, Juan Alecsovich (38), significó, en el tiempo, algo más que una experiencia de esas que guardan los cuentistas en sus bolsillos. Se tradujo en sueños e intenciones que trascendieron el vuelo de la imaginación y se convirtieron en un proyecto palpable y visible, por paradójico que parezca.
Juan es el fundador, junto con su compañera de ruta, Romina Haurie (32), de Creer para ver, una taller de expresión fotográfica para ciegos y disminuidos visuales, que se dicta en la ciudad de Bahía Blanca. Los objetivos son tan claros como concretos: generar un espacio creativo dedicado a la integración social, concientizar a la población sobre la importancia de la convivencia y establecer nuevos canales de expresión para gente con capacidades especiales, brindándoles herramientas y técnicas artísticas.
Pero toda gran historia tiene detrás subhistorias, que sostienen y fortalecen a la idea madre. Juan es dueño de un currículum vítae digno de conocer: “Hace años que vivo en Bahía. Me dedico a la fotografía, a aporrear una vieja Olivetti 42 y a trabajar como operario en una fábrica para solventar los gastos de mi vida cotidiana. A Romina la conocí en 2001, durante sus vacaciones en la Argentina, ya que ella estaba estudiando cine en Barcelona. Ese verano, recorrimos, durante un mes, los caminos incas. Hicimos un círculo entre Bolivia y Perú, y unimos Machu Picchu con Tiwanaku”.
Una vez concluida la travesía, Romina regresó a España y no volvió a pisar suelo argentino hasta dos años después (las historias de amor tienen final feliz, pero no inmediato), cuando se reencontró con Juan para ayudar a veinte chicos y dos maestros de Mina Delina, una escuela rural ubicada al lado de una vieja y abandonada mina de bentonita, a 2600 metros de altura, sobre las faldas del coloso Famatina. “Recolectamos útiles, ropa, herramientas y semillas de huerta, entre otras cosas. Cargamos todo en un automóvil restaurado y partimos desde Bahía Blanca hasta La Rioja, para convivir dos semanas con la gente de la escuela, organizar la huerta, pintar el viejo edificio, etcétera. Digamos que fueron unas vacaciones bien divertidas. Con eso hicimos un documental de casi media hora, llamado Mina Delina”, recuerda Juan.
Mina Delina hizo que Juan y Romina decidieran, al fin, unir sus pasos. Así fue como ella cambió las callecitas de Barcelona por las de Bahía Blanca para forjar, juntos, su pequeña productora: Ojoenfoco Films (en noviembre de 2008, estrenaron su primer largometraje, bautizado El nombre de las flores, que se proyectó en diez ciudades del territorio argentino).
Todo a pulmón
“Nuestra meta actual siempre fue una fantasía que tuvimos con Romina: la relación entre la fotografía y la ceguera”, revela Juan. “Ella ya conocía mi anécdota del Polonio, así que sólo había que buscarle una forma a la idea germinal. Así fue como acudimos a los directivos del Centro Luis Braille, a quienes les encantó la propuesta. Nos brindaron la sala de la biblioteca para las clases y su estructura legal para recibir los subsidios y donaciones de manera transparente y prolija”.
Al grupo de Creer para ver lo integran hombres y mujeres de diferentes edades y distintos grados de disminución visual o tipos de ceguera. “Tenemos dos ciegos congénitos –en su imaginario, todo cobra un sentido verdaderamente personal–, cuatro que perdieron ya de adultos su capacidad visual, y el resto tiene diferentes grados de disminución visual: divisan las formas, el contraluz, el espacio cercano; eso les sirve muchísimo para encuadrar e, incluso, percibir su propia obra, acercándose la fotografía a centímetros de sus caras”, especifica Juan.
El proyecto, que se extiende durante cinco meses, se divide en cuatro fases. En la primera, se enseñan, durante 16 clases (una vez por semana, dos horas), técnicas para manipular las cámaras y aprender sobre el arte fotográfico. Para ello, hay que encontrarle la practicidad a los sentidos con los que se valen las personas invidentes.
En la segunda, se realizan sesiones urbanas (en las que se invitan a personalidades de la música y el deporte para que posen) y se intervienen los espacios públicos. Ahora bien, la pregunta decanta naturalmente. ¿Cómo hacen? Juan lo explica: “A través del tacto, por ejemplo, reconocen la función de los botones y los comandos de la cámara. Al enfocar el objeto, el autofoco hace un pitido que les indica cuándo la cámara hizo foco. El angular de las cámaras, en su función más abierta, es lo suficientemente amplio como para encuadrar correctamente el objetivo. La direccionalidad del sonido les permite ubicar espacialmente al modelo: si una persona es la que posa, el fotógrafo ciego establece comunicación verbal para orientar sus sentidos y hacer clic. Otra cosa: para calcular la distancia hasta un objeto, cuentan los pasos que lo separan de él. Así, incorporan el plano general, el medio, el corto, el primer plano, etcétera. Semanalmente, se llevan las cámaras a sus casas, les dejamos consignas para orientarlos creativamente, y luego, en las charlas grupales, intercambiamos opiniones. El entusiasmo y la alegría con que trabajan son maravillosos. Tienen un deseo enorme de relacionarse con la imagen”.
Frutos y futuro
La tercera y cuarta fase son los resultados de la iniciativa, la concreción en estado puro, que se traducirá en dos exhibiciones: la de las fotografías (abierta al público, los artistas expondrán y venderán sus tomas; además, con las mejores imágenes se hará un calendario 2010) y la de un documental registrado por Romina, encargada de grabar cada actividad. “Ella es omnipresente –desliza Juan–. Sólo nos hace saber de su presencia cuando se le escapa alguna carcajada contenida. Los ciegos paran la oreja cuando la sienten cerca, porque saben que si está ella, está la filmadora. No se intimidan, sino todo lo contrario, se dirigen hacia la cámara y hacen bromas. Aquí, ellos apuestan sus fantasías y su afán de superación, de participación social”.
Creer para ver es, en definitiva, el paso previo a la ilusión mayor que entretejen Juan y Romina: La vida sobre ruedas, una ficción dedicada al deporte que se sumerge en el universo de los discapacitados, la niñez en la calle y cómo lograr la integración social. “El guión narra las aventuras de un deportista en silla de ruedas que se gana la vida en un semáforo y comparte esquina con dos adolescentes limpiavidrios y un payaso depresivo que hace malabares –adelanta Juan–. Hay música de vieja trova cubana, un amor imposible y un final feliz a toda orquesta. Ojalá 2010 nos permita encontrar el apoyo económico para poder producirlo”.
Asimismo, la pareja tiene otra aspiración (sí, una más): involucrar a personas de la tercera edad con el cine. Esto es, aprovechar el capital humano que se aloja en el hogar de ancianos de Bahía Blanca, cubrir con ello la mayor cantidad de roles (tanto delante como detrás de cámara) y realizar un guión cinematográfico en video.
“Somos demasiado independientes y no tenemos la pluralidad de recursos que desearíamos. Sin embargo, al mismo tiempo, la adversidad es lo que nos da las fuerzas suficientes para seguir en esto de ser nuestros propios generadores de recursos, ideas, proyectos, y contactos. Con Romina, jugamos a ser once jugadores, ¡más el director técnico!”, concluye Juan, mientras comparte su máxima: “Intentamos que nuestro trabajo se aleje de lo banal”. Misión cumplida, entonces.
JUAN, ROMINA Y UN GRUPO DE FOTOGRAFOS CIEGOS Y CON BAJA VISION VISITARON MI CIUDAD.
ACA LES DEJO UN VIDEO DE LA CHARLA QUE TUVE CON JUAN ALESOVICH Y ROMINA HAURIE:
ACA EL TRAILER DEL DOCUMENTAL:
Visiten su pagina web: http://www.ojoenfocofilms.com.ar/cms/index.php
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