Alejandra Carranza, ciega y sorda, les enseña a chicos no videntes en La Pampa.
IMAGEN: foto de Alejandra Carranza.
Ramiro toca con sus dedos las formas de los números. Alejandra Carranza, su profesora, le explica cómo se siente la diferencia entre un 4 y un 8. Luego le da una tabla con una malla para que comience a escribir en tinta. ¡No puedo, Señora!, le dice este joven de 14 años. Ella le explica que debe intentarlo.
Ramiro es un chico ciego que va a la escuela para ciegos y disminuidos visuales de General Pico en La Pampa “Escribano General Jorge A. Picca”. Ella es una profesora sordo ciega con resto auditivo que tiene a su cargo a seis chicos.
Alejandra Carranza antes fue la alumna que recibió las lecciones de forma paralela a su educación en una escuela común. Ahora es la maestra que ofrece herramientas para que chicos y chicas con discapacidad alcancen su autonomía.
De lunes a viernes, llega puntual a las clases en las que enseña escritura en braille y mucho más: cómo vestirse solos, comer con cubiertos y, en especial dice, “prepararlos en el manejo de distintos recursos que le faciliten el acceso a la escuela común”, evitando la discriminación, apostando a la inclusión.
Alejandra recuerda sus tiempos de alumna: “El material que me pasaban a braille era a mano con pizarra y punzón porque no había impresora ni máquinas en braille. Hoy la escuela ha ido creciendo”.Analía Amigone fue una de sus profesoras integradoras cuando ella estaba en sexto grado. Ahora es su compañera y colega de trabajo. Analía, como copista, transcribe los textos de tinta en braille para que los alumnos ciegos de Alejandra y de las otras profesoras estudien como lo hizo ella.
La independencia que logró Alejandra fue gracias al papel de sus padres. Tenía 7 años cuando su mamá conoció a Emiliano Alvarez, un hombre ciego, y le preguntó cómo ayudar a su hija para no hacerla sentir dependiente. Hoy recuerda los consejos: “Las puertas bien abiertas o bien cerradas. Tener libres los caminos en la casa”, pero en especial destaca uno: “Nunca le digas no lo podés hacer”. Nunca se lo dijo, y se lo agradece.
Tanto que Alejandra, a los 17 años, viajó a la V Conferencia Mundial Hellen Keller, en Italia, lo que detonó que eligiera ser maestra. “Me motivó elegir la profesión para devolver un poco de lo que recibí, compartir mi experiencia y transmitir mis conocimientos a otros chicos”, dice.
“¿Cómo hacés?”, es la pregunta constante que le hacen sobre cómo ejerce la profesión de maestra al tener dos discapacidades. Organizada y disciplinada, lleva registro de las clases, prepara el material que necesita en las sesiones en la sede de la escuela de ciegos personalizadas o en grupos muy pequeños. Cuenta que esto hace que “resulte fácil la comunicación directa con los alumnos, porque es en ambientes tranquilos”. Se auxilia del uso de la computadora con lector de pantalla que usan las personas ciegas y del equipo de trabajo de la escuela que la apoya en escanear o adaptar material gráfico.
Tal vez su mejor regalo en este día sean los logros y el orgullo que manifiestan sus alumnos. Como Brenda Martínez, una chica ciega de de 22 años, estudiante de Ciencias de la Educación, que la admira a su maestra y le agradece: “ Algún día quiero ser lo que hace ella”.
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