Los seres
humanos comprendemos nuestro entorno, reaccionamos ante él y sobrevivimos a sus
peligros gracias a nuestros sentidos. Perder uno
de ellos puede significar un impacto de proporciones inimaginables en la vida y
en la manera de ser de cualquier persona. Quedarse ciego o sordo, por ejemplo,
trastoca la manera de percibir el mundo, de entenderlo y, por ende, de vivir en
él. Estos traumas, sin embargo, son superables gracias a la capacidad de
adaptación de nuestro cuerpo, que desarrolla habilidades que permiten a un
impedido valerse por si mismo.
Pese a esta certeza, ¿es verdad que, al perder un sentido, los demás se potencian?
Una persona ciega, ¿ve incrementada su capacidad auditiva? Un sordo, ¿ve mejor?
¿Realidad o mito?
Esta
aseveración, conocida por la inmensa mayoría de personas, es cierta y así lo
confirma el trabajo de Guillermina López-Bendito,
investigadora principal del Instituto de Neurociencias de Alicante y
responsable del Laboratory of Cellular &
Molecular Mechanisms of Brain Wiring (Laboratorio
del mecanismo celular y molecular de las conexiones cerebrales).
La titular del CSIC, cuya investigación sobre
la materia ha logrado un prestigioso proyecto europeo para trabajar en este
campo, recuerda que este axioma, que “se lleva viendo desde hace más de 40
años”, “tiene una base cerebral” y científica.
“Casi
todo el mundo en la calle sabe, o ha oído, que los ciegos perciben mejor los
estímulos sensoriales provinentes de los otros sentidos, como el auditivo o el
somatosensorial”, que comprende los centros de recepción y proceso de estímulos
tales como el tacto, la temperatura, la propiocepción (sentido que permite
saber la posición de los músculos y de las partes del propio cuerpo) y la
nocicepción (capacidad de sentir dolor).
“Cuando
la pérdida de un sentido tiene lugar de forma temprana, durante el desarrollo,
el cuerpo humano experimenta cambios cerebrales importantes”, destaca
López-Bendito. “Se sabe, por ejemplo, que la corteza cerebral que debería
procesar los estímulos del sentido perdido, por ejemplo, el visual o el
auditivo, procesan otra información sensorial. En el caso de los ciegos, el
área cerebral encargada de procesar estímulos visuales procesa información
auditiva o somatosensorial”.
Este, sin
embargo, no es el único cambio que tiene lugar en el cerebro de alguien que
pierde uno de los sentidos. No solo queda modificada la corteza cerebral que
debería ser responsable de procesar la información percibida por el órgano
privado, “sino que también lo hacen las otras cortezas.
Por ejemplo: en los ciegos, la corteza
auditiva y la somatosensorial son más grandes”, detalla, haciendo que, de forma
simplificada, tengan más desarrollado el oído y el tacto.
Este
proceso es mucho más claro en edades tempranas que en adultos, ya que la
plasticidad cerebral de éstos existe, pero es menor. “El cerebro es plástico
pero hasta un punto –destaca la investigadora del CSIC-. Esto, sin embargo,
está en controversia, porque hay estudios recientes que muestran que el cerebro
adulto también tiene plasticidad, también hay síntomas y signos de que se adapta.
Pero, ¿cuánto? No se sabe. Y, ¿cómo de comparable es con la adaptación que
existe en fases tempranas? Significativamente menor, pero existente”.
“El
cerebro se adapta, y es una adaptación preciosa”, concluye López-Bendito. Este
órgano, el más desconocido y complejo del ser humano, capaz de encerrar tras de
sí universos de conocimiento, de adaptarse y modificar su conducta para
sobrevivir, impulsa la vida humana y proporciona herramientas para superar
todas las dificultades planteables. Gracias a su estudio, exploración y
comprensión, el ser humano es capaz, día tras día, de comprenderse a si mismo.
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